domingo, 28 de octubre de 2018

Entró por la ventana o Polvo de hada [Especial Halloween, #Azäirween]


Son las tres y media de la madrugada. Hace unos pocos minutos que Darío ha vuelto a casa. Abrió la puerta sin hacer ruido y caminó de puntillas para no molestar a sus padres que estaban durmiendo. Les dijo que iba a la fiesta de un amigo, Lucas, y que regresaría a una hora decente. Lo primero no fue una mentira. Sus padres conocen a Lucas, saben que es un chico responsable; sus fiestas no terminan muy tarde. Lo segundo tampoco debió serlo.
Durante la fiesta, Darío conoció a una chica encantadora cuyo nombre no recuerda. Parecía una versión de tamaño natural de Campanilla, la hadita que perseguía celosa a Peter Pan. Era pequeña y nerviosa como una avispa. Fue ella quien lo cogió de la mano y lo arrastró al centro del comedor de la casa, el cual cumplía la función de pista de baile. No hubo tiempo para intercambiar los nombres. A Darío le pareció que todo iba demasiado rápido; que llevase dos cervezas de más aumentó la sensación de velocidad. Al poco que se diera cuenta, la mano de chica descendía cándidamente por su pecho; su sonrisa ladina era una invitación para pasar al siguiente nivel. Darío la aceptó sin dudar. Si ella era Campanilla, él estaba dispuesto a ser su Peter Pan. Solo por esta noche.
Campanilla vivía cerca de Lucas, apenas un par de calles de diferencia. Lo que fue una auténtica suerte pues ninguno de los dos estaba en condiciones de conducir. Hicieron medio tramo caminando y otro medio corriendo. El ritmo lo marcaba Campanilla. ¡Corre! Y estiraba de la mano de Darío arrastrándolo por la acera. Descanso, vamos a parar un poquito. ¡Y ahora corre, otra vez! A Darío le hacían mucha gracia los grititos de Campanilla; eran adorables.
Lo que no resultó tan gracioso fue descubrir que se había hecho tarde. La fiesta de Lucas finalizó a la hora que los padres de Darío catalogaban como “decente”, mientras que la fiesta particular de Darío continuaba en la cama de Campanilla. Era la primera vez que se acostaba con una chica que no conocía su nombre ni sus aficiones. Lo único que sabía de ella era que se parecía a un dibujo animado. Podía ser la novia de un amigo o, lo que sería peor, la hermana pequeña. Podía ser menor de edad. ¡Menudo marrón! ¡Y menuda emoción! La incertidumbre estaba acompañada de una buena dosis de excitación, un placer que hasta entonces no había experimentado y que descubría que le gustaba. Hacía callar los remordimientos con ardientes besos en el hombro desnudo de la chica. Ella, parecía entenderle y le devolvía los cariños con misma intensidad.
Fue una buena noche, pero ya ha terminado. Dentro de unas horas se hará de día. Sus padres están durmiendo en la habitación de al lado. Darío se quita la camisa manchada con el maquillaje de Campanilla y los pantalones. Ve el pijama doblado en el escritorio, pero está muy cansado, por lo que ve más cómodo acostarse en calzoncillos. Se queda tumbado en la cama mirando hacia el techo de la habitación y piensa en Campanilla. ¡Qué chica! Una parte de él desea volverla a ver, otra, más íntima, prefiere no volverse a encontrar con ella para conservar el mito del primer día. No puede dormir. Su cabeza son ríos de ideas que desembocan en el mar de besos de Campanilla. Recuerda su cabello dorado, sus finos labios, sus ojos azules y su cinturita de hada. Aunque se encuentra tremendamente cansado, es incapaz de cerrar los ojos.
 —A mí el polvo de hada también me hace volar — susurra mirando al techo comparándose con Peter Pan.
Decide hacer sueño a la vieja usanza: leyendo un libro.  Enciende la luz de la lamparita de la mesita y busca en el librero de la habitación la novela perfecta para dormir. Piensa que lo mejor es escoger una que haya leído tantas veces que la trama no resulte emocionante. Pasa dos dedos por la cubierta de los libros como si estuviera leyendo los títulos con las yemas. Encuentra la novela perfecta: Drácula, de Bram Stoker. La primera vez que la leyó fue a los quince años y desde entonces no dejó de hacerlo. De pequeño, le fascinaban las películas de vampiros. Encontrarse frente a frente con el vampiro original fue como conocer a ese tío lejano que todos sus familiares hablan bien de él, pero que nunca había tenido oportunidad de conocerlo en persona. Tomó la costumbre de leer la novela de Stoker todos los veranos. Darío tiene veintidós años; lo que supone que ha leído Drácula ocho veces a lo largo de su vida, la última vez hacía apenas tres meses.
A pesar de encontrarse hechizado por “el polvo de hada”, Darío es capaz de recitar las primeras líneas del libro de memoria. Lo hace en un lento susurro antes de abrirlo. Perfecto. Se dijo mentalmente con la misma sonrisa que Campanilla conjuró para invitarlo a bailar.
Vuelve a la cama con el libro en la mano. Abre el primer cajón de la mesita y saca una linterna de luz pálida especial para leer por las noches. La luz de la lámpara de la mesita podría despertar a sus padres.
Abre el libro por la primera página y lee las oraciones que, segundos antes, ha recitado de memoria. Nos volvemos a encontrar, viejo a amigo.

Son las cuatro de la madrugada. Darío cierra el libro de Drácula y se acomoda en la cama. Nota cómo los párpados empiezan a caerse y el recuerdo del rostro de Campanilla a difuminarse en su memoria. Deja el libro en la mesita. No coloca marca-páginas. De no ser necesario, no volvería a releer Drácula hasta dentro de nueve meses, hasta llegue el verano. Guarda la linterna en el cajón de la mesita. Se arropa con las sábanas, cierra los ojos y duerme.  
Definitivamente, ha sido un muy buen día y una mejor noche.

Se despierta sudando. Tiene mucho calor. Echa las sábanas a los pies. Se resiste a abrir los ojos, sabe que si lo hace, no volverá a cerrarlos en lo que quede de noche. Se da la vuelta cara a la pared. El calor se acumula en la espalda. Es una sensación similar a pasar la mano por encima de una sartén. No llega a quemarse, pero el ardor le resulta molesto y le hace sentir inseguro; como si el aceite hirviendo de la metafórica sartén pudiera llegar a salpicarle en cualquier momento. Ataña el calor a los cambios climáticos del mes de octubre: la semana pasada fueron noches de heladas en las que alcanzaron los 10ºC y hoy parece que han regresado los 40ºC del verano.  
Recuerda a Campanilla. En su cama no había sábanas, no hacían falta. Tenía frío, pero la sensación térmica que la chica le producía contrarrestaba a la perfección a los 16ºC que marcaban los termómetros de la calle. En un margen de tres horas, ha pasado de los 16ºC a los 40ºC.. Abre los ojos y pasa la mano por la mesita buscando el interruptor de la lamparita. No lo encuentra, en su lugar coge el móvil. Tiene dos llamadas pérdidas de Lucas. Decide ignorarlas. Seguramente, quiera saber por qué desapareció sin decir nada de su fiesta. Se fija en la temperatura que marca el teléfono: 15ºC. Hace el suficiente frío como para ponerse un pijama de manga larga y taparse con dos pares mantas. Deja el móvil en su sitio y niega con la cabeza. La aplicación debe de estar equivocada o quizás sería su organismo quien estuviera equivocado. Esa segundo explicación es más probable, su cuerpo debe recordar el contacto físico de Campanilla, de ahí que sienta calor y miedo a quemarse.
—Polvo de hada — susurra riendo.
Tal vez por haber estado leyendo a Drácula antes de dormir, Darío no se contenta con una explicación racional. Acaba encontrando el interruptor de la lamparita, la enciende y echa un vistazo a su alrededor. Los primeros segundos, se siente confuso. Le cuesta adaptarse a la luz artificial. Aparta los ojos directamente de la bombilla,  mira al lado opuesto, hacia la ventana abierta. La suave brisa nocturna levanta las cortinas al vuelo en pequeños impulsos como si una mano desde fuera las estuviera empujando. Darío se levanta de la cama y saca la mano por  la ventana. Comprueba que el aire del exterior es frío. Sin embargo, él jura que en su habitación hace calor. Se encoge de hombros. ¿Qué más da? Despertarse mañana con un resfriado de tres pares de narices es un precio, más que razonable, a pagar por haber pasado una noche con Campanilla. A dormir se ha dicho.
Se queda sentado en el borde de la cama. Tiene una mano en el interruptor de la lamparita. Darío cree haber encontrado el causante del calor en la habitación. Flotando a unos centímetros por encima de la bombilla de la lámpara de la mesita, ve una masa densa de aire rojizo. Parece una nube de insectos tan diminutos que apenas son unos puntos rojos y negros. Nunca ha visto nada similar.  ¿Una pesadilla que ha emergido a la vigilia para devolverle al mundo de los sueños? Imposible, esas historias solamente ocurren en los mundos del escritor Neil Gaiman, no en la realidad. La nube rojiza puede ser un efecto visual causado por la luz artificial de la lamparita mezclada con la falta de sueño. Por poder ser, puede ser cualquier cosa. Incluso un vampiro como los que acaba de leer. Solo hay una manera de descubrirlo.
Darío levanta, muy despacio, la mano derecha y la acerca hacia la nube de puntos rojos y negros. Ésta responde, vuela por la habitación alejándose de la mano de Darío como si fuera un animal asustado. Se ha escondido detrás del librero. La temperatura natural de los últimos días del mes de octubre ha regresado a la habitación.
—¿Así que, tienes vida?
Recuerda todas las novelas de terror y ciencia ficción que ha leído. Saca dos hipótesis: un espíritu o un ser del espacio que ha tenido la mala fortuna de caer en La Tierra. Ambas ideas son igual de absurdas, pero, en una situación como ésta, piensa que no pierde nada por intentar comunicarse con La Cosa.
— No tengas miedo. Dime, ¿dónde está tu nave? ¿La has perdido? Te ayudaré a encontrarla. — cambia la trama de la novela — ¿Abuela, eres tú? ¿Has venido de visita? ¿Qué quieres decirme?
La masa de aire caliente no responde a ninguna de las preguntas, sigue en su posición, detrás de los libros de la estantería.
Mira el despertador de la mesita. Las manecillas marcan las cuatro y media. Darío bufa. Tiene mucho sueño. Solo ha dormido media hora. No tiene las energías para encargarse de un ente, criatura u objeto volador no identificado.
—Oye, ¿qué te parece si mañana resolvemos tu problema de logística? — se preocupa por hablar en voz baja pero firme y clara — Ha sido una larga noche y estoy reventado.
La criatura, o lo que fuera, responde a su manera. La temperatura de la habitación aumenta considerablemente. Los puntos rojizos y negros de la nube caliente tiemblan haciendo caer al suelo algunos libros y un par de figuras que adornan la estantería: un drakar hecho con palitos de helado y una figura de Batman.
Darío intenta mostrarse tranquilo. Sabe, por los muchos libros de terror, su género predilecto, que ha leído, que la mejor forma de comunicarse con los seres desconocidos es manteniendo una posición serena y autoritaria. Se esfuerza para que La Cosa no descubra que en su interior se encuentra preocupado y molesto. Preocupado por si el ruido ha despertado a sus padres y molesto por el drakar hecho añicos. Le costó dos años reunir los palitos suficientes y cuatro meses para construirlo. Respira despacio, al ritmo del corazón. No sabe con quién está hablando ni lo que es capaz de hacer. Solo ha deducido que está asustado y que necesita su ayudada. De acuerdo. Piensa. Mañana me pondré anti-ojeras y beberé ocho cafés para mantenerme despierto. ¿Contento?
La nube parece haber leído su pensamiento. La temperatura desciende lentamente hasta los 23ºC, una temperatura que resulta agradable para un chico en ropa interior. Flota dando botes en el aire. Se coloca a un metro de distancia de la frente de Darío. Descubre que los puntos rojos y negros, que en un principio le parecieron diminutos insectos, son parte de La Cosa, como si fueran rasgos faciales. A esa distancia, la densa masa de aire caliente parece un rostro translucido y los puntos rojos y negros, sus pecas.
—¿Qué eres?
La nube se acerca a Darío. Él levanta la mano muy despacio como hizo la primera vez que se encontró con ella.
—¿Qué quieres?
Darío recuerda que los vampiros poseen la capacidad de cambiar de forma. Algunas películas lo representaban como una bandada de murciélagos y otras como una humareda caliente y gris.
—¿Eres un vampiro? — otra pregunta, más ridícula todavía, se le cruza por la cabeza — ¿Eres Campanilla?
La Cosa contesta con saltitos en el aire como si estuviera diciendo que sí. Darío se encuentra confuso. No sabe cómo reaccionar. ¿La chica que conoció en la fiesta está en el interior de la masa de aire? ¿La chica es la masa de aire? Se ríe ante la sarta de idioteces que se está preguntando. Las chicas no son nubes calientes. ¿Y las hadas son nubes? Las hadas no existen.
Darío está decidido a tomar una explicación. Pesadilla o realidad. Juego de luces o nube caliente. Vampiro o hada. ¡Adelante! Acerca la mano hacia los puntitos rojos y negros. La sensación térmica es mayor cuanto más se cerca se encuentra. Es absurdo, no puede ser real. Darío se ríe. Siente como Campanilla coge de su mano y lo ayuda a levantarse de la cama. Lo lleva hacia el espejo de la habitación. La nube se coloca a su espalda. Una mano de mujer emerge de ella. Le acaricia las marcas que el polvo de hada dejó en su espalda en forma de fogosos arañazos. La mano asciende lentamente. Darío nota los labios besando su cuello antes de que éstos tomen forma. La habitación se inunda del perfume de Campanilla.
—¿No te da vergüenza haberme seguido hasta aquí? — le pregunta con una sonrisa socarrona. — Peter Pan se pondrá celoso.
La chica no contesta, sigue besando su cuello.
Darío ve su propio reflejo en el espejo, no el de la mujer. Observa su sonrisa placentera y sus ojos resplandeciendo con un tenue brillo anaranjado. Sabe lo que significa. Lo acaba de leer. Significa que está hipnotizado por el hechizo de un vampiro.
Campanilla abre la boca dejando al descubierto sus colmillos de murciélago. Darío, sumiso por el conjuro, afirma con la cabeza. Adelante, soy todo tuyo. Te dije que esta noche sería tu Peter Pan.
La mujer le muerde en el cuello y bebe de su sangre. El reflejo de Darío en el espejo comienza a difuminarse.

___________________________________________


Tercer relato del especial Halloween de este año, el cual he bautizado como Azäirween. Un relato de terror cada fin de semana de octubre y un último relato, adicional, el día 31. Espero que os guste.

Twitter: @Canción_Azair
Instagram: @Joel_Sarez
Página de facebookLa Canción de Azäir


No hay comentarios:

Publicar un comentario