domingo, 10 de febrero de 2019

Freyr y Freya [Relato único]


Janna se dio toda la prisa posible en terminar sus labores. Ayudó a tía Maren a decorar la entrada de su casa con flores frescas, fue a casa del herrero a recoger los cuchillos afilados que papá encargó para el sacrificio y, en otra tienda del mercado, compró una cesta de velas de colores para ofrecérselas Dioses. Puso los cuchillos y el ramillete de flores silvestres que sobró de decorar la casa de tía Maren en la cesta de las velas. Tuvo especial cuidado en tapar los cuchillos con las flores para que La Guardia no pudiera verlos. Un cuidado innecesario. En cada casa de Lunargenta se celebraba un sacrificio diferente. La gente corría por las calles con cuchillos recién afilados o arrastrando las correos de los pobres animales (corderos y cerdos en su mayoría).

Mamá estaría esperando a Janna con los brazos cruzados. No importaba que hubiese terminado con sus tareas mucho antes de lo previsto, mamá estaba impaciente por empezar. Estaba más emocionada que su hija, siendo la emoción de Janna nula. Papá también estaba contento. Hacía un mes que compró los nuevos cuchillos al herrero. Decía que solo los idiotas y los elfos (que para papá eran equivalentes) dejaban las compras para última hora. Janna se imaginaba que, mientras mamá esperaba en la cancela con los brazos cruzados, papá estaría alimentando a El Viejo Bon, el cerdo de la familia, con su última cena.

Antes de llegar a casa, Janna quiso ver las figuras de los Dioses Freyr y Freya. La plaza de la ciudad le pillaba de camino. Los carpinteros casi habían terminado: daban los últimos retoques de lija a los adornos de los cascos. Janna, a sus doce años, era la primera vez que veía unos genitales masculinos (aunque fuera de madera). Muchas veces se había imaginado cómo eran a raíz de las canciones picantes de los bardos. Verlos de frente le causó una serie de sentimientos que no supo definir: giraban en torno al rechazo, el miedo y la aversión. Era enorme y parecía estar apuntándola un poco más abajo de la pelvis. Papá y mamá estarían encantados. Janna temía que esa cosa le hiciera daño en esa zona de su cuerpo que ni siquiera sabía cómo nombrarla en sus pensamientos. Se negaba a utilizar las palabras vulgares que había escuchado de las canciones de los bardos. 

Efectivamente, al llegar a casa se encontró a mamá con los brazos cruzados bajo el porche. Preguntó dónde había estado y por qué había tardado tanto. Iba a ser una noche muy larga (sobre todo para Janna), era mejor que empezase cuánto antes. 

El cobertizo junto al establo estaba decorado con las mismas flores que la casa de tía Maren. Papá y Janna prepararon el escenario con dos días de antelación (solo los idiotas y los elfos dejan todo para última hora). Papá había abierto las puertas de par en par para que todos los vecinos pudieran celebrar con ellos la frescura y pureza de su hija. Mamá pagó a una elfa sacerdotisa para asistiera el ritual; no fue nada barato.

Janna se sentó en una silla de mimbre en el centro del cobertizo. Obedecía sin rechistar, como la buena chica que sus padres querían que fuera. Mamá y la elfa sacerdotisa desnudaron a Janna. Ella se abrazó los pechos con tal de resguardase del frío y de las miradas ociosas de sus vecinos. La sacerdotisa, con un toque suave, abrió los brazos de Janna. Los Dioses la cuidarían del frío, fue lo que dijo. 

Papá llegó con un cuenco de madera, en su interior estaba en la sangre de El Viejo Bon. La sacerdotisa dio la enhorabuena a Janna. Se iba a convertir en toda una mujer. Los pechos redondos y los dolores en la zona sin nombre donde en Dios Freyr apuntó su cosa eran los primeros pasos. En este ritual, sería bendecida con el don de la fertilidad y la madurez adulta. Se convertiría, a los ojos de los Dioses y de sus padres, en una mujer. Nadie preguntó a Janna si es lo que realmente quería. 

—Conocerás a un noble hijo de Lunargenta. —recitaba la elfa — Te casarás con él e iras a vivir con su familia, en una casa más grande que ésta y con más animales. Tendrás un nuevo apellido que te abrirá las puertas a las fiestas más glamurosas de Verisar. Tu prole nacerá sana y fuerte con la bendición de tus Dioses, Freyr y Freya. ¿No estás emocionada? — no, son papá y mamá los que están emocionados. Yo no.

La sacerdotisa mojó sus dedos en la sangre de El Viejo Bon y dibujó figuras circulares sobre la frente, pechos y vientre de Janna. Se limpió las manos en el cuenco de agua limpia. Miró con dulzura a la niña. Ella mantenía la misma faceta inexpresiva del principio. Puso sus manos en la cintura de Janna y las descendió suavemente a medida que acariciaba su piel. Janna supo dónde se dirigían las manos de la elfa: a la zona sin nombre. La sacerdotisa examinó la pureza de la niña y utilizó su magia para bendecirla. Janna se esforzaba por no soltar un suspiro ahogado de dolor. Las uñas de la elfa le hacían sentir rara. No le dolía, la trataba con mucha suavidad; pero eso no evitaba que le hiciera sentir menos incómoda. Papa, mamá y los vecinos en la entrada del cobertizo aplaudían con expresión serena. ¿No estás emocionada? Por supuesto que no. Lo que estoy es asustada. Janna se mordió la lengua.

La sacerdotisa ayudó a Janna a levantarse de la silla. Recogió la cesta con las velas de colores. Los vecinos hicieron un pasillo para dejarlas salir. Fuera. Ya se había hecho de noche. De cada casa salía una niña marcada en sangre de animal, de edades similares a la de Janna, acompañada de su asistente.  Todas tenían una cesta con velas bajo el brazo. Caminaron en fila de dos hacia la plaza de la ciudad. Allí esperaban las estatuas de los Dioses Freyr y Freya; desnudos al igual que las chicas.

Una vez se reunieron todas enfrente a las esculturas, sin las asistentes, un sacerdote humano prendió la hoguera a los pies de los Dioses. El fuego se expandió en seguida. Las chispas resonaban en las cavidades de las estructuras hacían que pareciese que los Dioses estaban hablando. Janna escuchó con atención los sonidos. Quería entender por qué tenía que estar emocionada y solo Ellos podían explicárselo. No fue capaz de comprender sus voces. Las lágrimas en el rostro de Janna se confundían con su sudor. 

__________________________________________________

Todo el mundo sabe que adoro las leyendas mitológicas. Este relato lo he basado en la festividad nórdica Ohdà; festividad que luego se tradujo en El día de San Valentín por los cristianos. Tenía muchas ganas de escribir algo relacionado con San Valentín y a la vez diferente con los relatos de amor que abundan en estos días. Este ha sido el resultado. No es mi mejor relato, pero tampoco el peor. A mí me gusta bastante como ha quedado. ¿Y a ti? ¿Te ha gustado? ¿No te ha gustado? Tus opiniones son muy valiosas.

Twitter: @Canción_Azair
Instagram: @Joel_Sarez
Página de facebookLa Canción de Azäir

No hay comentarios:

Publicar un comentario