domingo, 20 de enero de 2019

Las cuatro palabras de Haffan Ryaln [Relato especial]


Camino arrastrando los pies. Ya sea por el frío, por el peso de la nieve o por el dolor que me producen las ampollas, soy incapaz de levantarlos. Hago el esfuerzo de continuar avanzando. Me repito mentalmente la frase más obvia y estúpida que me podría decir: a cada paso que doy estoy más cerca. Sonrío ante la ironía. No soy ningún idiota. Soy el hechicero Haffan Ryaln, alabado y temido por reyes y Dioses. Recuerdo el día en el que tres reyes (mi profesión me obliga a mantener sus nombres en secreto) discutían por ver quién contrataba mis servicios. Pusieron grandes tesoros encima de la mesa, todos los que un mortal podía desear. Suplicaron, haciendo públicos sus inmundos fines y sus íntimos temores, que eligiese a uno de ellos. Escuché sus plegarías con gusto: mis enemigos organizan un ejército, mi pueblo conspira en secreto contra mí, mi esposa se niega a ofrecerme un hijo varón…. Los tres terminaron llorando. Yo los observaba desde mi asiento. Movía mis dedos como si fueran las patas de una araña. Tenía a los tres reyes atrapados en mi red y no estaba dispuesto a dejarles escapar. La subasta era mi entretenimiento, un aperitivo antes del manjar. Los reyes sabían, tan bien como yo, que solo uno de ellos saldría con vida de mi cabaña. Los otros dos, junto a sus respectivas riquezas, se quedarían a formar parte de mi privada colección. Ninguno de los tres se atrevió a hacer lo que yo estoy haciendo ahora: tratarme como un estúpido. Si la justicia realmente existe y no fuese yo quien la dominase con mis oscuros conjuros, debería morderme la lengua y envenenarme con mi propio veneno de brujo en lugar de reír mis insultos. Queda un largo camino por delante, bien que lo sé. Y a cada paso que doy, estoy más cerca. “La Cima del Conocimiento” es una trampa de frío y rocas punzantes. ¡Dime algo que no sepa! Un centenar de personas fracasaron en el intento de recorrer el antiguo sendero. Llevo nueve días pisando restos de huesos ocultos bajo la nieve. Prueba con otra cosa y quizás me sorprendas. Las pocas personas que aseguran haber alcanzado la cima son los autores de los libros que solo una mente tan maligna como la mía se atreve a leer. ¡Ya lo sé! Es una ofensa hablarme como si fuera un niño pequeño que no pudiera reconocer las mayores obviedades por sí solo. Llego a enfadarme conmigo mismo. Doy una patada a una piedra quebradiza del camino. Paso de la risa irónica a la ira en escasos segundos. Luego, retomo la habitual inexpresividad que me ha acompañado desde que inicié el viaje.
Levanto la cabeza, mirando el lateral de la montaña y  evitando el contacto directo con el blanquecino sol. La cima sigue oculta por las nubes. ¿Cuánto más he de seguir caminando? Es una buena pregunta. Me la he repetido tantas veces como la absurda frase (a cada paso estoy más cerca). Doy gracias por haber rechazado las ofertas de mis discípulos a querer acompañarme en el camino. Cualquier persona sana y sensata habría muerto hace semanas. Me sorprende encontrarme todavía con algunos huesos. Pienso que éstos deben pertenecer a hechiceros que, en su día, fueron tan poderosos como hoy lo soy yo. Es posible que, incluso, entre los montones se encuentren los huesos dorados de un Dios. Si tuviera tiempo, me agacharía a comprobarlo. Los huesos de los Dioses son caros y extraños. No se encuentran con facilidad. En la colección de mi cabaña, solamente poseo un metacarpiano dorado que formaba parte de la mano derecha de un Dios ya olvidado. Está malgastado y mellado, lo he utilizo en una infinidad de hechizos. Un par de huesos divinos más no me harían ningún mal. Tal vez en el viaje de vuelta me agache a recogerlos. El tiempo apremia, al igual que lo hace mi razón y salud. La maldición corroe mi mente con la misma velocidad con la que subo por el sendero de “La Cima del Conocimiento”. Me digo mentalmente la primera frase no-estúpida en semanas: Son dos los huesos dorados los que hay en mi cabaña: un metacarpiano y un pedazo de falange del dedo meñique.
Soy consciente que mis recuerdos más irrelevantes han desaparecido y algunos de los que considero de mayor importancia se han visto dañados; aparecen distorsionados y mezclados entre sí. He estado cantando una canción infantil, pensé que sería un buen entretenimiento para hacer pasar el tiempo y a la vez ejercitar mi memoria. Grave error. Confundí la letra de la canción. Al principio solo palabras, me daba cuenta al momento. Canté que el caballo espanta las moscas con su rabo cuando, en realidad, la canción dice que es la vaca quién lo hace. Más tarde, estrofas enteras. Cada vez se me hizo más complicado reconocer la canción verdadera. Reconozco que os mentí. No os dije el nombre de los tres reyes por secreto de profesión, sino porque no consigo recordarlos.
¿Queréis reíros de mí? Os voy a dar la oportunidad para hacerlo. Sabed que la maldición que devora mis recuerdos como un insecto parásito es resultado de mi obsesión por querer conocer los secretos que este mundo mágico nos guarda. Estaba estudiando un trozo de vizica, un mineral de color morado cuyo uso está prohibido en cinco de los siete reinos. Los hechizos más dañinos que se conocen tienen como ingrediente unas pocas ralladuras de vizica. Estaba cocinando uno de estos hechizos en mi marmita por la simple razón de querer dominar sus funciones. De no ser por mi gata de dos cabezas, lo hubiera conseguido. El malnacido animal (no me preguntéis su nombre puesto que lo he olvidado) correteó entre mis piernas haciendo que tropezase y se me resbalase de las manos el pedazo de vizica con el que estaba trabajando. La mala fortuna hizo que la piedra cayese entera en la marmita. La pócima que preparaba tomó el color de la carne podrida. Hervía y parte del líquido se derramaba por los laterales. Podría haberlo impedido suavizando la mezcla con unas hojas de laurel; dadas las circunstancias habría utilizado una rama completa. Sin embargo, en aquel momento, tenía otras cosas mejores que hacer: perseguir a la gata de dos cabezas y darle una patada en el lomo. Para contentaros, os diré que logré mi objetivo. Golpeé al animal nueve veces, una por cada vez que me había interrumpido. Fue a la quinta patada que conseguí derribar al animal al suelo. Una de las cabezas gemía mientras la otra daba mordiscos al aire en un inútil intento por alcanzarme. Mientras me reía de la gata, la cabaña se inundaba de un gas inodoro; la vizica evaporada. Comprendí que el gas era venenoso. Salí de la cabaña tan rápido como pude abrazado a un fardo de libros que no estaba dispuesto a perder. No sabía si el gas tenía la capacidad de destruir los libros; no iba a esperar a averiguarlo.
Supe de los efectos del gas de vizica por los antiguos libros que había rescatado. Describen el veneno como un, cito textualmente, “pulgón de mente”. Los efectos los comprobé con la gata de dos cabezas, quien había sufrido la desdicha de aspirar la mayor parte del veneno. Cuando regresé a la cabaña, una vez el gas de vizica se hubo escapado por la chimenea, la gata me recibió como siempre lo había hecho. Ambas cabezas lamieron mis pies en un gesto de bienvenida. El animal no recordaba que, horas antes, le había propinado una paliza.
La cura que sanará mis recuerdos se encuentra en “La Cima del Conocimiento”, el monte más alto de los siete reinos. Allí se supone que descansa El Sabio, el dragón protector de todos los conocimientos, individuales y colectivos. Hace más años de los que tengo que nadie ha visto a El Sabio. Es posible que haya fallecido de vejez, como los demás dragones. Rezo a los Dioses que quieran escucharme, aquellos que no me odien por mis viles artimañas de hechicero, que El Sabio siga vivo. Es mi última esperanza para recuperar mi memoria. Planeo arrodillarme a los pies del dragón, suplicar su misericordia y humillarme como hicieron los tres reyes ante mí.
Recuerdo lo ocurrido en mi cabaña con el mineral de vizica porque me lo marqué en la piel con un punzón. Escribí en el antebrazo izquierdo las justas palabras para poder acordarme de mi maldición cuando las leyese: memoria, vizica, montaña y dragón. A partir del desdichado día, todo lo demás resulta borroso. Me esfuerzo por mantener los recuerdos en mi consciencia. Repito lo que considero más importante en primer lugar: “Soy el hechicero Haffan Ryaln, alabado y temido por reyes y Dioses…” Me presento ante vosotros, personas que no existís más que en mi cabeza, para mantener viva mi consciencia. Es un ejercicio mejor que cantar canciones infantiles.
Sigo caminando y a cada paso que doy estoy más cerca y soy más estúpido. La gran esfera de luz blanquecina, que debe tener un nombre y estoy casi seguro que lo he pronunciado hace unas horas, ha desparecido al otro lado de la montaña dejando tras de sí un manto de oscuridad. Día y noche son dos palabras que se encuentran en mi vocabulario pero que carecen de sentido.
La nieve se acumula en mis hombros haciendo que mi caminar sea más fastidioso. Bajo la cabeza y observo mi vestimenta: prendas gruesas y pesadas, con multitud de bolsillos y hebillas donde antes guardaba los ingredientes de mis encantamientos. Si deseo alcanzar pronto la cima de la montaña, debería ir lo más ligero posible. Solo un idiota se vestiría con ropajes pesados en una carrera. Desato los primeros botones que atan mi abrigo. Inmediatamente, siento la punzada del viento en mi piel. ¿Es esto lo que se llama frío? La palabra se encuentra en mi cabeza, en el mismo lugar donde se hallan día y noche, pero no alcanzo a reconocerla. Sigo desvistiéndome. Me quito el abrigo y lo echo al suelo. Más tarde, la camisa térmica y la cota de malla que llevo por protección. Me quedo desnudo de cintura para arriba. Así caminaré más rápido.
De manera casi inconsciente, cojo un puñado de nieve del suelo y me lo meto en la boca. ¿Lo he hecho porque tengo hambre, sed o ambas? No lo sé. A estas alturas soy incapaz de diferenciar los términos. He dejado que mis instintos primarios controlen mis acciones. Me concentro por caminar y sobrevivir.
(A cada paso que doy estoy más cerca, soy más estúpido y tengo más frío).
Noto el viento de la montaña arañar mi piel desnuda; la cual ha tomado el color de una vieja cicatriz. Leo las palabras escritas en mi antebrazo. Las invoco como si fueran un mantra de protección. Funcionan, al menos esa es la sensación que me proyectan. Visualizo a un animal amorfo llorando y batallando en el suelo, una nube de color amenazante emergiendo de un caldero y un hombre vestido con una túnica negra recogiendo unos libros desgatados por el paso del tiempo y escapando a toda prisa de la peligrosa nube.
¡La cima! Por fin alcanzo a ver el final de la montaña. Allí debe encontrarse el nido del dragón del conocimiento. Aunque la mayor parte de mis recuerdos tardíos y tempranos hayan desaparecido, mi razón se haya distorsionado hasta el punto que me parece lógico desnudarme en la nieve y apenas esté seguro del significado de cuatro palabras (las marcadas en mi antebrazo), comprendo que estoy próximo al final de mi camino. ¡Adelante! Me animo mentalmente. Sigue caminando. Casi has llegado. Un último empujón. Unas pocas horas y habré alcanzando “La Cima del Conocimiento”. Estaré frente a El Sabio y le confesaré las palabras justas para que sane mi maldición y me devuelva mis saberes.
— Memoria, vizica, montaña y dragón.
Ensayo el corto discurso.
— Memoria, vizica, montaña y dragón.
Mis labios agrietados se niegan a separarse; el frío los ha dotado de una especie de magnetismo.
— Memoria, vizica, montaña y dragón. 
Resulta incómodo hablar, siento que tengo una hogaza de pan rancio en lugar de garganta.
— ¡Memoria, vizica, montaña y dragón! 
Malgasto mis últimas energías por gritar las palabras mágicas. El esfuerzo me hace caer de rodillas. La nieve se acumula en mi espalda invitándome, no de manera educada, a desplomarme en plancha contra el suelo.
— Memoria, vizica, montaña y dragón.
Digo en un susurro que queda enmudecido por el ladrido del viento de “La Cima del Conocimiento”.
 Mi vocabulario se reduce a las cuatro palabras que conozco. Memoria, vizica, montaña y dragón. Burlaos otra vez de mí, entes imaginarios. Reíros porque vuestra venganza se ha cumplido. Empecé a hablar con vosotros presumiendo de mi inteligencia que entonces era superior a la vuestra. “Soy el hechicero Haffan Ryaln, alabado y temido por reyes y Dioses…”. ¿Y ahora qué? A cada paso que doy estoy más cerca y soy más estúpido. Pero, ¿qué ocurre después de alcanzar el límite de la estupidez? Os lo diré: ya no quedan más pasos que dar.

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Hace un par de meses la editorial Alberto Santos celebró un concurso de relatos con temática dragón. Los ganadores serían publicados en una antología. ¡Wow! En cuanto vi el concurso no pude resistirme en participar. Esto es lo que buscaba: llevar mi blog a niveles mayores, evolucionar como escritor. Me presenté al concurso con el relato que acabáis de leer: Las cuatro palabras de Haffan Ryaln. En el mes de espera para el resultado, cogí muchísimo cariño a la historia y al personaje. Fue muy gracioso verme en clase repitiendo "Soy el nigromante Haffan Ryaln temido por Dioses y reyes" o "Memoria, vizica, montaña y dragón". No os hacéis una idea del cariño que tengo al relato. Es el primero con fines "profesionales" que escribo.

Este miércoles dieron el resultado del concurso. No voy a mentiros: me llevé una desilusión al no estar entre los elegidos. Primer concurso "profesional" que me presento y primero que gano. ¡Ja, ni en sueños! ¿Qué se le va a hacer? Soy muy iluso. Y también soy muy cabezota. Parecerá una tontería, pero el no haber ganado me ha dado más ganas de escribir y de mejorar que las que podría haber tenido si hubiera ganado. Me voy a proponer un reto: participaré en todos los concursos de antologías que encuentre. Solo a base de práctica y dedicación, veré resultados.

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Instagram: @Joel_Sarez
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2 comentarios:

  1. Hola. De parte del concursante que quedó en último puesto de los elegidos, creo que tu cuento no está nada mal. Es originalisimo. Interesante el manejo de los problemas de memoria y el monólogo interior. Queda un poco lioso en el largo párrafo inicial, pero luego se aclara todo.
    En la convocatoria decía algo de protagonista femenino, ¿no? Igual es eso lo que ha pasado...

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    1. ¡Hola José! Es todo un honor, te lo digo desde el corazón, que te guste el relato. Cuando lo ideé pensé que sería una locura de las mías. La intención era reflejar la pérdida de memoria con la estructura del texto. Los primeros párrafos eran largos y pedantes. Quería mostrar lo orgulloso que está el nigromante de sus conocimientos. Más adelante, a medida que perdía la memoria, los párrafos eran más escuetos. ¡Una locura! Al principio me pareció que sería una buena idea, pero reconozco que puede confundir.

      Respecto a la inclusión de protagonista femenino, no lo sé, pero será así. Me gusta pensar que tengo lo que me merezco. Es decir, no busco una excusa barata de por qué no he ganado. Seguro que los relatos ganadores, el tuyo incluido, son mucho mejores que los míos. Me interesa más saber en qué puedo mejorar para alcanzar el panteón donde estáis vosotros, los grandes escritores. Yo soy un aficionado que tiene muuuuuucho por aprender.

      Igualmente, aprecio mucho tus palabras :D ¡Muchas gracias!

      ¡Un abrazo!

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