Es necesario un breve resumen sobre la ambientación de Aerandir, la fiesta del Bragival y mi personaje Gerrit Nephgerd para poder entender el tema.
Aerandir es un foro medieval-épico basado en la antigua cultura nórdica. El foro consta de diferentes razas: elfos, brujos, humanos, dragones, hombres bestias, biocibernéticos, vampiros y licántropos.
Hay muchas subtramas dentro de la historia de Aerandir, la que se centra mi personaje es en la guerra entre elfos y brujos. Una guerra anciana que terminó con la masacre en un bosque de los elfos y la tregua. Pocos son los que recuerdan dicha guerra. Mi personaje, de joven, era miembro de un grupo revolucionarios de brujos que creían conocer las artes de las guerras antiguas y no admitían la paz con los elfos por lo que se dedicaban a tomar "justicia" por su mando. Después de una serie de incidentes, en los cuales destaca la muerte del líder por parte de mi personaje, el grupo de brujos rebeldes (asesinos de elfos) se desintegró.
Gerrit Nephgerd es un personaje peculiar. Su aspecto es similar al de Thor, el Dios nórdico del Trueno. Su vida ha estado marcada por la muerte. Su madre murió a darle a luz; cosa que hizo que su padre le llamase "Monstruo" y durante toda su infancia. En la adolescencia, en un arrebato de ira, mató a su padre y se fue con el grupo de rebeldes brujos antes mencionado. Otro arrebato de ira, tras ver a Samhain, líder de los rebeldes brujos y su mejor amigo, amar a una elfa, Gerrit mató a Samhain y otros miembros de la banda que quisieron interponerse en su camino.
En la actualidad, Gerrit vaga huyendo del pasado y de sí mismo. Cree haberse convertido en el Monstruo del cual hablaba su padre. Esto no acaba aquí y es que los Masters del foro han maldecido a Gerrit Nephgerd con 5 maldiciones muy malas:
1- Cada vez que tenga pensamientos violentos sentirá a una bandada de cuervos picoteando su piel.
2- En su cuerpo se refleja todo el daño que causa.
3- Está obligado a matar a las personas que se encuentre para dar de comer a los cuervos.
4- Tiene la apariencia de un viejo.
5- Su corazón está en llamas, le quema por dentro y le obliga a ser violento.
Puede resistir, parcialmente, las tres primeras maldiciones si lleva una cabeza de una chica biocibernética, que el mismo Gerrit arrancó de su cuerpo cuando ella seguía con vida, siempre a su lado.
El relato que ahora os monstruo fue escrito en la festividad Bragival, una especie de carnaval vikingo. El master que creó el Evento (así se llaman las fiestas en el foro) ordenó que hiciéramos una ofrenda bajo un árbol y que diésemos romance ya que se acercaba el día de San Valentín. La mayoría de usuarios, por no decir todos, hicieron cosas dulces y bonitas. Por el breve resumen que os he comentado, podéis imaginar que no hubo nada de bonito en lo que Gerrit hizo.
Aquí os dejo el relato. Si os gusta, traeré más post de Aerandir a mi blog. ¡Espero que lo disfrutéis!
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Mi primera idea, fue olvidar que existía un baile de
disfraces. Encerrarme en el cuarto de la posada y taparme la cabeza con la
almohada para no tener que escuchar el griterío del exterior. Cuando el sol
empezó a bajar y los primeros músicos a tocar, me di cuenta de lo muy ingenuo
que había sido. La almohada, pequeña y sucia, no era capaz de encerrarme en la
cabeza al completo; por los recovecos que dejaba libre entraba el sonido de los
estridentes acordes de ensaño. El bragiväl estaba a punto de empezar y, quiera
o no, estaba obligado a participar.
Me vestí con el peto, los quijotes y las hombreras que
llevaba durante los días en los que estaba por cinco veces maldito. Eran piezas
sobrantes de diferentes armaduras: una hombrera roja y la otra gris claro, el
peto color cenizo y los quijotes negros. Tenía un aspecto ridículo, el que era
capaz de pagar. Mis maldiciones se veían a varías yardas de distancia. Cuando
un comerciante notaba que estaba necesitado, aumentaban sus precios de tal
forma que un simple guante de tela cobraba el valor de una armadura completa.
“Vas a necesitas algo con lo que taparte las quemaduras. ¿Y qué me dices de las
manchas negras? No querrás que te tomen por un enfermo. ¡Fíjate! Es tela de la
buena, no encontrarás ninguna igual.” Al final, tuve que conformarme con lo que
era capaz de pagar, lo que nadie más quería: piezas sueltas. No era un disfraz
como tal, pero me hacía sentir tan ridículo como si estuviera disfrazado.
El hostal en el que residía tenía un lujo que no me
esperaba: un cuarto de baño a disposición de sus clientes. En las últimas
posadas en las que estuve, podía dar gracias si tenían un agujero en el suelo
del jardín. Fui al cuarto de baño común y me miré al espejo. Quise sonreír,
pero la mueca que vi en el reflejo era la sombra de un grito de odio.
Con Rompecorazones, mi pequeña daga, me corté el pelo y la
barba. No serviría de nada, a los pocos minutos volvería a crecer. Era por la
maldición del corazón ardiente. Mi cuerpo envejecía a ritmo acelerado.
Recordaba a las viejas leyendas sobre druidas; brujos ancianos como elfos con
barbas que les llegaban hasta las pantorrillas. Verme me causó nauseas,
repugnancia. Me sentí mejor después de dar un puñetazo al espejo y que
el reflejo desapareciera. Los cristales me cortaron los nudillos. Mi sangre,
era real y “joven”; lo contrario de lo que era mi cuerpo: irreal y viejo.
-¡¿Qué estás haciendo allí dentro?!-
Al otro lado de la puerta del baño, oí a la posadera
gritarme. ¿Había escuchado el ruido del cristal? ¿O es que estaba preocupada
por todo el tiempo que había pasado desde que entré hasta ahora? Cualquiera de
las dos razones, me darían un motivo para temer el enfado de la mujer. Durante
días, ella había estado quejándose de mi olor. Decía que le daba asco, que era
el peor cliente que había tenido y que si no me había echado era porque, aparte
del olor, no le causaba molestias y le pagaba en el mismo día que pedía una noche más.
Abrí la puerta del baño y dejé pasar a la mujer. Me
sorprendí verla vestida con un disfraz atractivo. La mujer no estaba dotada de
los mejores atributos femeninos: sus pechos eran pequeños y sus caderas
insignificantes.
-¿Qué has estado haciendo? ¿Y esos cristales? Si lo has roto
tienes que pagarlo. Conoces las normas. Tú mismo deberás ir a la fragua a
encargar un nuevo espejo. ¡Y por los Dioses, dúchate!- recitó la mujer del
tirón, con dos dedos tapándose la nariz.
-No merece la pena-.
-¿Perdona? Puedes hablar más alto para que pueda oírte-.
-Digo- di un paso hacia delante, nuestras narices casi
chochaaron- que no mereces la pena-.
Y entonces, fue el choque. Di un cabezazo a la mujer.
Literalmente, y por culpa de las maldiciones de los cuervos y del corazón, me
hizo más daño a mí que a ella. Sentí que la habitación daba vueltas sobre sí misma,
que los trozos de cristales rotos se reían de mí y que la peste, no emanaba de
mi cuerpo sin duchar, sino de los cuervos invisibles de mis maldiciones.
La mujer estaba tirada en el suelo con los ojos cerrados. La
acosté encima de la bañera y le tomé el pulso. Para su desgracia, vivía. Le
quité aquel espantoso disfraz e hice con ella lo que llevaba tiempo sin hacer
con ninguna mujer. Era poco atractiva y mal dotada, lo contrario a lo que
estaba acostumbrado, pero no me importó.
Antes de que terminase, la posadera despertó. No dijo nada.
Se sujetó a los laterales de la bañera en silencio y se dejó hacer. Sus muecas
expresaban lo mismo que yo sentía: odio, miedo y asco.
Cuando acabé, me fui en silencio. Ella se quedó en la bañera
con las manos recogidas sobre su zona íntima. Lo más gracioso (una persona
normal sentiría tristeza por la mujer) era que no lloraba.
El Bragiväl empezó en el momento en el que salí del hostal.
Gracias a la posadera, tenía las fuerzas renovadas. La cabeza de Talisa, en mi
mano derecha, hacía desaparecer el dolor de las maldiciones; también el
sentimiento de ridiculez que había tenido mientras me vestía. Los otros hombres
y mujeres del baile no vestían muy diferentes a mí. Piezas de armaduras
inconexas, accesorios grotescos (cabezas de biocibernéticos o coronas de
plata), pelucas mal pegadas, peinados estrafalarios (barbas de druidas),
maquillaje en exceso y muchos otros horrores estéticos.
Podría sonar extraño pero, por primera vez, no me sentí un
desgraciado por estar condenado a llevar la cabeza de Talisa a mi vera. Más de
uno me preguntó que de dónde había sacado la cabeza de metal, que para ser de
mentira estaba muy bien lograda y que querían conocer a mi herrero.
-Se la arranqué a la mujer que la llevaba puesta-.
Todos reían mi broma. Quizás porque pensaban que
interpretaba un papel, que iba disfrazado igual que ellos.
Fui a las mesas, unos voluntarios las habían preparado con
todo tipo de manjares y bebidas. Una camarera envuelta en numerosas telas de
colores me sirvió un cuerno de cerveza fría. Le agradecí el gesto con una
sonrisa y, por un momento, olvidé que tenía la apariencia de un anciano. Pensé
que podría quedarme junto a la mesa y flirtear con la muchacha. Era atractiva,
mucho más que la posadera. Labios carnosos, grandes ojos azules y un cuerpo,
tapado por telas, que haría derretir a un millar de ejércitos. En un primer
vistazo, deduje que la chica podría tener quince años. Eso explicaría su
ingenuidad, el porqué regaló cerveza a un anciano moribundo.
Me uní a un grupo de hombres y mujeres de la misma edad que
yo solía tener antes de quedar cinco veces maldito. A ellos les hacían gracia
mis historias y yo disfrutaba de su efímera compañía. Fuimos al árbol central a
dejar nuestras ofrendas. Una chica dejó su lira, dijo que tocaba porque su
madre le obligaba a seguir sus mismos pasos y ella (la chica) quería ser una mujer
diferente a lo que su madre fue. Un chico dejó una joya, al parecer, se la iba
a regalar a la que era su novia antes de que descubriera que le engañaba con
otro hombre más grande y más guapo que él.
Llegó mi turno de dejar un objeto; aunque no tenía pensado
qué abandonar. Me dejé llevar por el grupo porque pensaba que, mientras nadie
me veía, podría coger una ofrenda en lugar de dejarla. Bajo el árbol había
objetos de gran valor. La lira y la joya del joven enamorado, eran minucias en
comparación: oro, carteras, armas relucientes, un espejo de plata fina…. No
puede evitarlo. Mientras revisaba todos los objetos, me vi reflejado en el
espejo de plata. Recordé que tenía el aspecto de un anciano y que estaba
por cinco veces maldito. La barba, que me corté unas horas atrás, había
crecido de nuevo sin que me hubiera dado cuenta. Entonces tuve la mejor idea de
la noche, mucho mejor que taparme la cabeza con la almohada, me corté la barba
con la daga. Ese sería el objeto que dejaría bajo árbol. Su significado, no
podría ser más obvio: “Quiero dejar de ser viejo”.
Bebí más de lo que mi cuerpo cinco veces maldito podía
soportar. Caminaba tambaleándome y apenas era consciente de lo que sucedía a mi
alrededor. Una chica me sostenía el brazo. Me hablaba con educación y me
ayudaba a caminar sin caer de bruces contra el suelo.
-¿Dónde vive?-
Le señalé al lugar donde creía que estaba el hostal.
-Deja que le lleve. Sé lo que es cuidar de un anciano. Mi
abuelito murió hace unos meses. Tenía sesenta y dos años. ¿Usted cuantos
tiene?- no pude contestar- No se preocupe por nada, yo le ayudaré-.
Poco a poco fui reconociendo su voz, era la misma joven que
me regaló la primera cerveza de la noche. Era amable y encantadora; dos atributos que le
llevaron a la desgracia.
En un estado de semiconsciencia, le arrastré hacia un
callejón cercano al hostal. Parecería un viejo, pero todavía tenía la fuerza de
un joven. Hice lo que tenía que hacer con la chica. Si no estuviera maldito,
ella se habría dejado; no hubiera tenido que obligarla. Terminado, la dejé
desnuda, tirada como si fuera el cadáver de un perro. Otro tributo más para el
Dios Bragi. Lo más gracioso (una persona normal sentiría tristeza por la chica)
era que no lloraba.
muy muy bueno y original esto
ResponderEliminarGracias por tu comentario Juan. Me alegro que te haya gustado el relato.
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