jueves, 1 de marzo de 2018

Gerrit Nephgerd en el Bragival [Escrito en Aerandir]

Este es un post que escribí en Aerandir, un foro de rol donde estoy registrado, hace una semanas.
Es necesario un breve resumen sobre la ambientación de Aerandir, la fiesta del Bragival y mi personaje Gerrit Nephgerd para poder entender el tema.
Aerandir es un foro medieval-épico basado en la antigua cultura nórdica. El foro consta de diferentes razas: elfos, brujos, humanos, dragones, hombres bestias, biocibernéticos, vampiros y licántropos.
Hay muchas subtramas dentro de la historia de Aerandir, la que se centra mi personaje es en la guerra entre elfos y brujos. Una guerra anciana que terminó con la masacre en un bosque de los elfos y la tregua. Pocos son los que recuerdan dicha guerra. Mi personaje, de joven, era miembro de un grupo revolucionarios de brujos que creían conocer las artes de las guerras antiguas y no admitían la paz con los elfos por lo que se dedicaban a tomar "justicia" por su mando. Después de una serie de incidentes, en los cuales destaca la muerte del líder por parte de mi personaje, el grupo de brujos rebeldes (asesinos de elfos) se desintegró.
Gerrit Nephgerd es un personaje peculiar. Su aspecto es similar al de Thor, el Dios nórdico del Trueno. Su vida ha estado marcada por la muerte. Su madre murió a darle a luz; cosa que hizo que su padre le llamase "Monstruo" y durante toda su infancia. En la adolescencia, en un arrebato de ira, mató a su padre y se fue con el grupo de rebeldes brujos antes mencionado. Otro arrebato de ira, tras ver a Samhain, líder de los rebeldes brujos y su mejor amigo, amar a una elfa, Gerrit mató a Samhain y otros miembros de la banda que quisieron interponerse en su camino.
En la actualidad, Gerrit vaga huyendo del pasado y de sí mismo. Cree haberse convertido en el Monstruo del cual hablaba su padre. Esto no acaba aquí y es que los Masters del foro han maldecido a Gerrit Nephgerd con 5 maldiciones muy malas:
1- Cada vez que tenga pensamientos violentos sentirá a una bandada de cuervos picoteando su piel.
2- En su cuerpo se refleja todo el daño que causa.
3- Está obligado a matar a las personas que se encuentre para dar de comer a los cuervos.
4- Tiene la apariencia de un viejo.
5- Su corazón está en llamas, le quema por dentro y le obliga a ser violento.
Puede resistir, parcialmente, las tres primeras maldiciones si lleva una cabeza de una chica biocibernética, que el mismo Gerrit arrancó de su cuerpo cuando ella seguía con vida, siempre a su lado.
El relato que ahora os monstruo fue escrito en la festividad Bragival, una especie de carnaval vikingo. El master que creó el Evento (así se llaman las fiestas en el foro) ordenó que hiciéramos una ofrenda bajo un árbol y que diésemos romance ya que se acercaba el día de San Valentín. La mayoría de usuarios, por no decir todos, hicieron cosas dulces y bonitas. Por el breve resumen que os he comentado, podéis imaginar que no hubo nada de bonito en lo que Gerrit hizo.
Aquí os dejo el relato. Si os gusta, traeré más post de Aerandir a mi blog. ¡Espero que lo disfrutéis!



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Mi primera idea, fue olvidar que existía un baile de disfraces. Encerrarme en el cuarto de la posada y taparme la cabeza con la almohada para no tener que escuchar el griterío del exterior. Cuando el sol empezó a bajar y los primeros músicos a tocar, me di cuenta de lo muy ingenuo que había sido. La almohada, pequeña y sucia, no era capaz de encerrarme en la cabeza al completo; por los recovecos que dejaba libre entraba el sonido de los estridentes acordes de ensaño. El bragiväl estaba a punto de empezar y, quiera o no, estaba obligado a participar.

Me vestí con el peto, los quijotes y las hombreras que llevaba durante los días en los que estaba por cinco veces maldito. Eran piezas sobrantes de diferentes armaduras: una hombrera roja y la otra gris claro, el peto color cenizo y los quijotes negros. Tenía un aspecto ridículo, el que era capaz de pagar. Mis maldiciones se veían a varías yardas de distancia. Cuando un comerciante notaba que estaba necesitado, aumentaban sus precios de tal forma que un simple guante de tela cobraba el valor de una armadura completa. “Vas a necesitas algo con lo que taparte las quemaduras. ¿Y qué me dices de las manchas negras? No querrás que te tomen por un enfermo. ¡Fíjate! Es tela de la buena, no encontrarás ninguna igual.” Al final, tuve que conformarme con lo que era capaz de pagar, lo que nadie más quería: piezas sueltas. No era un disfraz como tal, pero me hacía sentir tan ridículo como si estuviera disfrazado.

El hostal en el que residía tenía un lujo que no me esperaba: un cuarto de baño a disposición de sus clientes. En las últimas posadas en las que estuve, podía dar gracias si tenían un agujero en el suelo del jardín. Fui al cuarto de baño común y me miré al espejo. Quise sonreír, pero la mueca que vi en el reflejo era la sombra de un grito de odio.

Con Rompecorazones, mi pequeña daga, me corté el pelo y la barba. No serviría de nada, a los pocos minutos volvería a crecer. Era por la maldición del corazón ardiente. Mi cuerpo envejecía a ritmo acelerado. Recordaba a las viejas leyendas sobre druidas; brujos ancianos como elfos con barbas que les llegaban hasta las pantorrillas. Verme me causó nauseas, repugnancia. Me sentí mejor después de dar un puñetazo al espejo y que el reflejo desapareciera. Los cristales me cortaron los nudillos. Mi sangre, era real y “joven”; lo contrario de lo que era mi cuerpo: irreal y viejo.

-¡¿Qué estás haciendo allí dentro?!-

Al otro lado de la puerta del baño, oí a la posadera gritarme. ¿Había escuchado el ruido del cristal? ¿O es que estaba preocupada por todo el tiempo que había pasado desde que entré hasta ahora? Cualquiera de las dos razones, me darían un motivo para temer el enfado de la mujer. Durante días, ella había estado quejándose de mi olor. Decía que le daba asco, que era el peor cliente que había tenido y que si no me había echado era porque, aparte del olor, no le causaba molestias y le pagaba en el mismo día que pedía una noche más.

Abrí la puerta del baño y dejé pasar a la mujer. Me sorprendí verla vestida con un disfraz atractivo. La mujer no estaba dotada de los mejores atributos femeninos: sus pechos eran pequeños y sus caderas insignificantes.

-¿Qué has estado haciendo? ¿Y esos cristales? Si lo has roto tienes que pagarlo. Conoces las normas. Tú mismo deberás ir a la fragua a encargar un nuevo espejo. ¡Y por los Dioses, dúchate!- recitó la mujer del tirón, con dos dedos tapándose la nariz.

-No merece la pena-.

-¿Perdona? Puedes hablar más alto para que pueda oírte-.

-Digo- di un paso hacia delante, nuestras narices casi chochaaron- que no mereces la pena-.

Y entonces, fue el choque. Di un cabezazo a la mujer. Literalmente, y por culpa de las maldiciones de los cuervos y del corazón, me hizo más daño a mí que a ella. Sentí que la habitación daba vueltas sobre sí misma, que los trozos de cristales rotos se reían de mí y que la peste, no emanaba de mi cuerpo sin duchar, sino de los cuervos invisibles de mis maldiciones.

La mujer estaba tirada en el suelo con los ojos cerrados. La acosté encima de la bañera y le tomé el pulso. Para su desgracia, vivía. Le quité aquel espantoso disfraz e hice con ella lo que llevaba tiempo sin hacer con ninguna mujer. Era poco atractiva y mal dotada, lo contrario a lo que estaba acostumbrado, pero no me importó.

Antes de que terminase, la posadera despertó. No dijo nada. Se sujetó a los laterales de la bañera en silencio y se dejó hacer. Sus muecas expresaban lo mismo que yo sentía: odio, miedo y asco.

Cuando acabé, me fui en silencio. Ella se quedó en la bañera con las manos recogidas sobre su zona íntima. Lo más gracioso (una persona normal sentiría tristeza por la mujer) era que no lloraba.

El Bragiväl empezó en el momento en el que salí del hostal. Gracias a la posadera, tenía las fuerzas renovadas. La cabeza de Talisa, en mi mano derecha, hacía desaparecer el dolor de las maldiciones; también el sentimiento de ridiculez que había tenido mientras me vestía. Los otros hombres y mujeres del baile no vestían muy diferentes a mí. Piezas de armaduras inconexas, accesorios grotescos (cabezas de biocibernéticos o coronas de plata), pelucas mal pegadas, peinados estrafalarios (barbas de druidas), maquillaje en exceso y muchos otros horrores estéticos.

Podría sonar extraño pero, por primera vez, no me sentí un desgraciado por estar condenado a llevar la cabeza de Talisa a mi vera. Más de uno me preguntó que de dónde había sacado la cabeza de metal, que para ser de mentira estaba muy bien lograda y que querían conocer a mi herrero.

-Se la arranqué a la mujer que la llevaba puesta-.

Todos reían mi broma. Quizás porque pensaban que interpretaba un papel, que iba disfrazado igual que ellos.

Fui a las mesas, unos voluntarios las habían preparado con todo tipo de manjares y bebidas. Una camarera envuelta en numerosas telas de colores me sirvió un cuerno de cerveza fría. Le agradecí el gesto con una sonrisa y, por un momento, olvidé que tenía la apariencia de un anciano. Pensé que podría quedarme junto a la mesa y flirtear con la muchacha. Era atractiva, mucho más que la posadera. Labios carnosos, grandes ojos azules y un cuerpo, tapado por telas, que haría derretir a un millar de ejércitos. En un primer vistazo, deduje que la chica podría tener quince años. Eso explicaría su ingenuidad, el porqué regaló cerveza a un anciano moribundo.

Me uní a un grupo de hombres y mujeres de la misma edad que yo solía tener antes de quedar cinco veces maldito. A ellos les hacían gracia mis historias y yo disfrutaba de su efímera compañía. Fuimos al árbol central a dejar nuestras ofrendas. Una chica dejó su lira, dijo que tocaba porque su madre le obligaba a seguir sus mismos pasos y ella (la chica) quería ser una mujer diferente a lo que su madre fue. Un chico dejó una joya, al parecer, se la iba a regalar a la que era su novia antes de que descubriera que le engañaba con otro hombre más grande y más guapo que él.

Llegó mi turno de dejar un objeto; aunque no tenía pensado qué abandonar. Me dejé llevar por el grupo porque pensaba que, mientras nadie me veía, podría coger una ofrenda en lugar de dejarla. Bajo el árbol había objetos de gran valor. La lira y la joya del joven enamorado, eran minucias en comparación: oro, carteras, armas relucientes, un espejo de plata fina…. No puede evitarlo. Mientras revisaba todos los objetos, me vi reflejado en el espejo de plata. Recordé que tenía el aspecto de un anciano y que estaba por cinco veces maldito. La barba, que me corté unas horas atrás, había crecido de nuevo sin que me hubiera dado cuenta. Entonces tuve la mejor idea de la noche, mucho mejor que taparme la cabeza con la almohada, me corté la barba con la daga. Ese sería el objeto que dejaría bajo árbol. Su significado, no podría ser más obvio: “Quiero dejar de ser viejo”.

Bebí más de lo que mi cuerpo cinco veces maldito podía soportar. Caminaba tambaleándome y apenas era consciente de lo que sucedía a mi alrededor. Una chica me sostenía el brazo. Me hablaba con educación y me ayudaba a caminar sin caer de bruces contra el suelo.

-¿Dónde vive?-

Le señalé al lugar donde creía que estaba el hostal.

-Deja que le lleve. Sé lo que es cuidar de un anciano. Mi abuelito murió hace unos meses. Tenía sesenta y dos años. ¿Usted cuantos tiene?- no pude contestar- No se preocupe por nada, yo le ayudaré-.

Poco a poco fui reconociendo su voz, era la misma joven que me regaló la primera cerveza de la noche. Era amable y encantadora; dos atributos que le llevaron a la desgracia.

En un estado de semiconsciencia, le arrastré hacia un callejón cercano al hostal. Parecería un viejo, pero todavía tenía la fuerza de un joven. Hice lo que tenía que hacer con la chica. Si no estuviera maldito, ella se habría dejado; no hubiera tenido que obligarla. Terminado, la dejé desnuda, tirada como si fuera el cadáver de un perro. Otro tributo más para el Dios Bragi. Lo más gracioso (una persona normal sentiría tristeza por la chica) era que no lloraba.




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