Desde que tengo memoria, he pensado que los espejos me
mienten, que la imagen que muestran no es la mía. Suena absurdo y estúpido,
creedme que lo sé mejor que nadie; pero no lo puedo evitar. La idea es un
insecto que ha anidado en mi cabeza, ha puestos sus huevos, se multiplica, y no
quiere dejarla. Si me coges de la mano, me llevas frente a un espejo y me
aseguras que el reflejo no miente, que los rostros que nos enseña somos tú y
yo, te llamaré mentiroso. Para mí lo serás. Me estarás engañando, igual como lo
hacen los espejos. Te insultaré y te gritaré palabras que tú no quieres
escuchar y yo no quiero pronunciar. Finalmente, si valoras nuestra amistad,
acabarás dándome la razón con tal de no discutir conmigo. ¿No es eso lo que se
hace con los locos? Pero yo no estoy loco. Al menos, no creo estarlo. Puedo
pensar con claridad, resolver problemas y distinguir entre lo real y lo irreal.
El día que vea a un enorme elefante rosado volar con sus enormes orejas como lo
haría Dumbo, iré por mi propio pie al loquero. Lo prometo. Sin embargo, no voy
a ir por pensar en una tontería como es que los espejos me mientan.
Esta es la primera vez que hablo de mis pensamientos con
alguien. Nunca he necesitado contarlo. Me he acostumbrado a ver un reflejo que
no me pertenece. Cada mañana, me miro al espejo del cuarto de baño y limpio la
cara y peino al falso rostro. No es el mío, pero no me importa. Lo he aceptado.
Incluso, he llegado a considerar que mi verdadera cara puede ser similar a la
que me enseña el espejo. Quizás, tenga el mismo color de pelo y la misma forma
regordeta de la nariz. Pero, e insisto una vez más, no es la mía. Yo soy una
persona diferente. Tal vez con otro color de ojos o con un lunar en la mejilla
izquierda que el espejo del baño no me quiere enseñar.
Recuerdo un día en el que tenía seis años. Creo que ese día
fue el primero en el que pensé que los espejos me mentían. Mi padre me estaba
peinando para ir al colegio. Él hablaba de lo importante que era la higiene e
ir aseado. Antes de peinarme, me dijo que me quedase mirando cómo se
peinaba él para irse a trabajar. “Ir a trabajar es como ir al colegio”. Era su
frase favorita, la que más repetía. Yo era un niño obediente, me quedé mirando
cómo se repasaba el afeitado, se ponía colonia y luego se hacía el pelo. Pero
no le miraba a él directamente, sino a su reflejo en el espejo. Mientas mi
padre hablaba, yo pensaba en los rostros de los espejos. En la parte derecha
del reflejo estaba papá, lo veía en la realidad y era igual al que mostraba el
espejo. En la parte izquierda veía a un niño de pelo moreno y nariz regordeta,
el mismo que había visto en las fotos. Debería ser yo. No había nadie más en el
baño. Pero, algo no me gustaba de esa cara. ¿Y si el espejo me mentía? A papá
no le podía mentir porque era un adulto grande y difícil de engañar, pero yo
era un niño ingenuo, de los que creían que podían quitarle la nariz y ponérsela
otra vez a su sitio. A mí sí que me podía engañar.
Pasaron los años y el espejo siguió mostrándome la misma
mentira. Me convertí en un adulto, ahora tengo la edad que mi padre tenía
cuando me peinaba antes de ir al colegio. ¿Por qué los espejos siguen
mintiéndome? Ahora es más difícil engañarme, entiendo de mentiras. Soy un
adulto que sabe que las narices no salen de su sitio con un soplido y que bajo
la cama no vive ningún monstruo. ¿Por qué los espejos me mienten? No consigo
entenderlo.
El hombre que aparece en la foto de mi boda tampoco soy yo.
La mujer que está vestida de blanco con el cabello rubio recogido es mi esposa,
a ella la reconozco y la quiero. Entonces, ¿quién es el hombre que está a su
lado? Siento envidia de él. ¡Deja de besar a mi mujer! Grito a la foto cuando
estoy solo en la casa. En dos ocasiones, los vecinos llamaron a la policía
pensando que me había vuelto loco. No, todavía no. El cielo está despejado de
elefantes rosas que vuelan con sus orejas. Respecto a ese cerdo con alas….
Tranquilos, estoy bromeando. Los cerdos tampoco vuelan. El humor es una prueba
de que estoy mentalmente sano.
Me pregunto si hay más gente como yo, más gente engañada por
los espejos. Si yo veo un reflejo que no es el mío, debe de ser de otra persona
y es posible que esa persona tampoco vea su reflejo en los espejos, sino que ve
el mío. En la foto de bodas de esa persona, salgo yo besando a su esposa. ¿Cambia algo si encuentro a esa persona?
Podría pedirle algunas fotos de su cara, recortarlas y pegarlas en las mías.
Así me quedaría tranquilo; dejaría de sentir celos del hombre que besa a mi
mujer en las fotos. Por supuesto, yo también le prestaría las mías. Si siente
lo que yo, le gustará ver su cara de verdad tanto como a mí me gustaría ver la
mía. Pero, seamos sinceros, no cambiaría nada. Llegada la mañana siguiente, la
hora de limpiarme la cara y peinarme frente al espejo; seguiría viendo una
mentira. Arreglaría el tema de las fotos, pero nada más.
Hay una cosa que me da miedo. Lo pienso cada noche al
terminar de hacer el amor con mi mujer. ¿Qué pasará cuando tengamos un hijo?
Ella quiere tenerlo y se lo concederé, es mi deber como buen marido. Pero me
asusta pensar en la posibilidad de que el espejo mienta a mi hijo. Me imagino
el día que tenga que peinarle antes de ir al colegio. Repetiría las mismas
frases que mi padre me dijo: “La higiene es muy importante. ¿Ves cómo me arreglo
antes de ir a trabajar? Tú debes de hacer lo mismo. Ir a trabajar es como ir al
colegio”. Entonces añadiría una frase de mi propia cosecha: “Ese lunar en la
mejilla izquierda lo has heredado de papá”. Si el niño se parece a mí,
efectivamente, tendría el lunar pero sería incapaz de verlo en el espejo. Entonces, ¿qué
pasara con el niño? ¿Vivirá horrorizado con la idea de que los espejos le
mienten o sabrá sobrellevarlo? Cuando se case, ¿gritará al hombre que se besa
con su mujer en la foto de bodas? No quiero que eso pase. No quiero que mi hijo
tenga que vivir con las mismas mentiras que yo.
Ahora es cuando me pregunto si debo hablar con mi mujer
del tema. Ella está acostada en la cama, cansada después del sexo. Puede que
sea muy tarde, llevamos dos semanas intentando conceder un niño; hay muchas posibilidades de que ya esté embarazada. O puede que
no y todavía tenga oportunidad de contarle mis miedos. ¿Y qué pensará si le digo que los espejos me mienten? No es tan fácil
como decirle: “Hola cariño, ¿conoces a
ese hombre que aparece en nuestras fotos? Pues tiene gracia, porque yo no sé
quién es. Y nuestro futuro hijo, cuando vea sus fotos del colegio, tampoco
sabrá quién es ese niño que aparece con sus compañeros de clase.”
Trago saliva y beso a mi esposa en la frente. He tomado una
decisión.
-Buenas noches cariño-.
No le contaré qué me pasa y rezaré para que mi hijo no herede
mi lunar en la mejilla izquierda.
La prosopagnosia es una enfermedad mental caracterizada por la interrupción selectiva de la percepción de los rostros, tanto el propio como el de los demás. Las personas con esta incapacidad pueden reconocer las partes de la cara, pero no son capaces de unirlas para reconocer a la gente de su en torno. Se han documentado casos de enfermos que, no solo no se reconocían en el espejo, sino que además discutían con su reflejo.
Es a raíz de esta rara enfermedad que se me ocurrió hacer un relato sobre un hombre con prosopagnosia. Nuestro protagonista tiene un grado leve, la única persona que no reconoce es a él mismo.
Siempre he querido escribir algo acerca de los espejos, pero sin caer en el terror cliche de un reflejo que con vida propia. Investigar sobre la prosopagnosia me ha dado la oportunidad que esperaba. Me ha gustado mucho escribir este relato.
Si a vosotros también os ha gustado, agradecería que compartieseis el relato con vuestros amigos. ¡Muchas gracias!
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