domingo, 4 de marzo de 2018

Mi reflejo [Relato de Terror]


Desde que tengo memoria, he pensado que los espejos me mienten, que la imagen que muestran no es la mía. Suena absurdo y estúpido, creedme que lo sé mejor que nadie; pero no lo puedo evitar. La idea es un insecto que ha anidado en mi cabeza, ha puestos sus huevos, se multiplica, y no quiere dejarla. Si me coges de la mano, me llevas frente a un espejo y me aseguras que el reflejo no miente, que los rostros que nos enseña somos tú y yo, te llamaré mentiroso. Para mí lo serás. Me estarás engañando, igual como lo hacen los espejos. Te insultaré y te gritaré palabras que tú no quieres escuchar y yo no quiero pronunciar. Finalmente, si valoras nuestra amistad, acabarás dándome la razón con tal de no discutir conmigo. ¿No es eso lo que se hace con los locos? Pero yo no estoy loco. Al menos, no creo estarlo. Puedo pensar con claridad, resolver problemas y distinguir entre lo real y lo irreal. El día que vea a un enorme elefante rosado volar con sus enormes orejas como lo haría Dumbo, iré por mi propio pie al loquero. Lo prometo. Sin embargo, no voy a ir por pensar en una tontería como es que los espejos me mientan.
Esta es la primera vez que hablo de mis pensamientos con alguien. Nunca he necesitado contarlo. Me he acostumbrado a ver un reflejo que no me pertenece. Cada mañana, me miro al espejo del cuarto de baño y limpio la cara y peino al falso rostro. No es el mío, pero no me importa. Lo he aceptado. Incluso, he llegado a considerar que mi verdadera cara puede ser similar a la que me enseña el espejo. Quizás, tenga el mismo color de pelo y la misma forma regordeta de la nariz. Pero, e insisto una vez más, no es la mía. Yo soy una persona diferente. Tal vez con otro color de ojos o con un lunar en la mejilla izquierda que el espejo del baño no me quiere enseñar.
Recuerdo un día en el que tenía seis años. Creo que ese día fue el primero en el que pensé que los espejos me mentían. Mi padre me estaba peinando para ir al colegio. Él hablaba de lo importante que era la higiene e ir aseado. Antes de peinarme, me dijo que me quedase mirando cómo se peinaba él para irse a trabajar. “Ir a trabajar es como ir al colegio”. Era su frase favorita, la que más repetía. Yo era un niño obediente, me quedé mirando cómo se repasaba el afeitado, se ponía colonia y luego se hacía el pelo. Pero no le miraba a él directamente, sino a su reflejo en el espejo. Mientas mi padre hablaba, yo pensaba en los rostros de los espejos. En la parte derecha del reflejo estaba papá, lo veía en la realidad y era igual al que mostraba el espejo. En la parte izquierda veía a un niño de pelo moreno y nariz regordeta, el mismo que había visto en las fotos. Debería ser yo. No había nadie más en el baño. Pero, algo no me gustaba de esa cara. ¿Y si el espejo me mentía? A papá no le podía mentir porque era un adulto grande y difícil de engañar, pero yo era un niño ingenuo, de los que creían que podían quitarle la nariz y ponérsela otra vez a su sitio. A mí sí que me podía engañar.
Pasaron los años y el espejo siguió mostrándome la misma mentira. Me convertí en un adulto, ahora tengo la edad que mi padre tenía cuando me peinaba antes de ir al colegio. ¿Por qué los espejos siguen mintiéndome? Ahora es más difícil engañarme, entiendo de mentiras. Soy un adulto que sabe que las narices no salen de su sitio con un soplido y que bajo la cama no vive ningún monstruo. ¿Por qué los espejos me mienten? No consigo entenderlo.
El hombre que aparece en la foto de mi boda tampoco soy yo. La mujer que está vestida de blanco con el cabello rubio recogido es mi esposa, a ella la reconozco y la quiero. Entonces, ¿quién es el hombre que está a su lado? Siento envidia de él. ¡Deja de besar a mi mujer! Grito a la foto cuando estoy solo en la casa. En dos ocasiones, los vecinos llamaron a la policía pensando que me había vuelto loco. No, todavía no. El cielo está despejado de elefantes rosas que vuelan con sus orejas. Respecto a ese cerdo con alas…. Tranquilos, estoy bromeando. Los cerdos tampoco vuelan. El humor es una prueba de que estoy mentalmente sano.
Me pregunto si hay más gente como yo, más gente engañada por los espejos. Si yo veo un reflejo que no es el mío, debe de ser de otra persona y es posible que esa persona tampoco vea su reflejo en los espejos, sino que ve el mío. En la foto de bodas de esa persona, salgo yo besando a su esposa.  ¿Cambia algo si encuentro a esa persona? Podría pedirle algunas fotos de su cara, recortarlas y pegarlas en las mías. Así me quedaría tranquilo; dejaría de sentir celos del hombre que besa a mi mujer en las fotos. Por supuesto, yo también le prestaría las mías. Si siente lo que yo, le gustará ver su cara de verdad tanto como a mí me gustaría ver la mía. Pero, seamos sinceros, no cambiaría nada. Llegada la mañana siguiente, la hora de limpiarme la cara y peinarme frente al espejo; seguiría viendo una mentira. Arreglaría el tema de las fotos, pero nada más.
Hay una cosa que me da miedo. Lo pienso cada noche al terminar de hacer el amor con mi mujer. ¿Qué pasará cuando tengamos un hijo? Ella quiere tenerlo y se lo concederé, es mi deber como buen marido. Pero me asusta pensar en la posibilidad de que el espejo mienta a mi hijo. Me imagino el día que tenga que peinarle antes de ir al colegio. Repetiría las mismas frases que mi padre me dijo: “La higiene es muy importante. ¿Ves cómo me arreglo antes de ir a trabajar? Tú debes de hacer lo mismo. Ir a trabajar es como ir al colegio”. Entonces añadiría una frase de mi propia cosecha: “Ese lunar en la mejilla izquierda lo has heredado de papá”. Si el niño se parece a mí, efectivamente, tendría el lunar pero sería incapaz de verlo en el espejo. Entonces, ¿qué pasara con el niño? ¿Vivirá horrorizado con la idea de que los espejos le mienten o sabrá sobrellevarlo? Cuando se case, ¿gritará al hombre que se besa con su mujer en la foto de bodas? No quiero que eso pase. No quiero que mi hijo tenga que vivir con las mismas mentiras que yo.
Ahora es cuando me pregunto si debo hablar con mi mujer del tema. Ella está acostada en la cama, cansada después del sexo. Puede que sea muy tarde, llevamos dos semanas intentando conceder un niño; hay muchas posibilidades de que ya esté embarazada. O puede que no y todavía tenga oportunidad de contarle mis miedos. ¿Y qué pensará si le digo que los espejos me mienten? No es tan fácil como decirle: “Hola cariño, ¿conoces a ese hombre que aparece en nuestras fotos? Pues tiene gracia, porque yo no sé quién es. Y nuestro futuro hijo, cuando vea sus fotos del colegio, tampoco sabrá quién es ese niño que aparece con sus compañeros de clase.”
Trago saliva y beso a mi esposa en la frente. He tomado una decisión.
-Buenas noches cariño-.
No le contaré qué me pasa y rezaré para que mi hijo no herede mi lunar en la mejilla izquierda.



La prosopagnosia es una enfermedad mental caracterizada por la interrupción selectiva de la percepción de los rostros, tanto el propio como el de los demás. Las personas con esta incapacidad pueden reconocer las partes de la cara, pero no son capaces de unirlas para reconocer a la gente de su en torno. Se han documentado casos de enfermos que, no solo no se reconocían en el espejo, sino que además discutían con su reflejo. 
Es a raíz de esta rara enfermedad que se me ocurrió hacer un relato sobre un hombre con prosopagnosia. Nuestro protagonista tiene un grado leve, la única persona que no reconoce es a él mismo. 
Siempre he querido escribir algo acerca de los espejos, pero sin caer en el terror cliche de un reflejo que con vida propia. Investigar sobre la prosopagnosia me ha dado la oportunidad que esperaba. Me ha gustado mucho escribir este relato.
Si a vosotros también os ha gustado, agradecería que compartieseis el relato con vuestros amigos. ¡Muchas gracias!

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