El mayor logro de su vida no era el haberse casado tres
veces (y divorciado otras tres) ni la niña que había criado junto a su segunda
mujer. El mayor logro de su vida tenía como título: “Hombres con cabeza de
animales”. Como pintura dejaba mucho que desear. La paleta de colores que había
utilizado era muy simple y muy repetitiva. Si volviera a dibujar el cuadro,
utilizaría una paleta de colores distinta para cada animal. Eso le daría un
toque más distintivo y personal. Durante los últimos años Frank Castle se había
vuelto tan exigente que llegó a odiar las obras que le dieron el prestigio y la
fama. “Hombres con cabeza de animales” era un cuadro muy simple, incluso un
niño de seis años sabría, nada más verlo, el mensaje que había querido
expresar.
En una exposición de cuadros que solo existía en la cabeza
de Frank, unos niños que estaban de excursión se congregaban alrededor de las
obras de su vida. No estaban ordenadas por cronología, sino por el éxito que
éstos habían tenido. La primera de las
obras: “Hombres con cabeza de animales”. Una joven y atractiva profesora que se
parecía a la primera mujer de Frank Castle señaló el cuadro y preguntó a sus
alumnos qué quería decir el autor cuando lo pintó. Todos levantaron la mano y
gritaron al unísono:
-¡Es la representación del mundo moderno; usa los animales
para parodiar la sociedad!-
Tal vez, a los críticos y a los magnates les gustaba
“Hombres con cabeza de animales” por ese motivo, por lo simple que era. Así no
tenían que pensar.
En el mundo real, fuera de su viva imaginación, Frank estaba
sentado en la mesa de su escritorio. Tenía un cuaderno en la mano y en él
dibujaba aquello que pasaba por su cabeza. Dibujó a un niño con un globo que
sujetaba con la mano izquierda mientras que con la derecha señalaba un cuadro
en blanco. Al niño no se le veía el rostro, lo había dibujado de espaldas, aun
así, Frank sabía que se estaba riendo.
El siguiente cuadro que los alumnos vieron era el del
“Hombre cuervo”, el cuadro que Frank más odiaba. Si “Hombre con cabeza de
animales” fue el detonante, “Hombre cuervo” era una explosión. Después de su
primer gran triunfo, Frank Castle repitió la fórmula del éxito. Pasó de dibujar
lo primero que se le viniera en la cabeza a copiar, casi literalmente, “Hombres
con cabeza de animales”. Creó una gama de retratos que los aficionados
bautizaron como “Hombres zoológico”. Hombres con la cabeza de cuervo, gato,
perro, hurón… Cualquier animal era válido. “Hombres zoológico” valían una
fortuna mal merecida. “Hombres con cabeza de animales” por lo menos tenía un
mensaje que dar, uno muy pobre y simple. “Hombres zoológico” no eran nada.
Terminado los últimos detalles del niño que se burlaba del
primer cuadro, pasó la hoja del cuaderno y empezó el segundo dibujo. En éste
otro niño sin rostro, quizás el mismo que el anterior, huía de una bandada de
cuervos que volaban sobre su cabeza y una jauría de lobos que le perseguían por
una carretera que no tenía fin. La
imaginación del pintor hizo el resto: El niño estaba siendo castigado por los
“Hombres zoológico” por haberse burlado de “Hombres con cabeza de animales”. A
un lado del cielo del dibujo, alejado de los furiosos cuervos, Frank dibujó el
globo del chico. Un pequeño detalle que le hizo especial gracia.
La excursión por sus obras seguía avanzado: “Hombre hurón”,
“Hombre gato”, “Hombre castor”…. La joven profesora no sabía qué decir a sus
alumnos; las pinturas eran copias de copias, carecían de técnica. Pasó a contar
curiosidades acerca del pintor:
-Su primer matrimonio fue un fracaso. Las malas lenguas
dicen que “Mujer flamenco” es la representación, antes de casarse, de su
primera esposa, “Mujer garrapata” es la exesposa después del divorcio-.
Mentiras y mentiras. Las galerías dijeron cualquier
idioteces con tal de hacer vender las obras de Castle. Marta no era ninguna
garrapata, ella no buscaba la fama ni la fortuna, como habían dicho. Era una
chica de ideales firmes, era auténtica. No como Frank, que se dedicaba a copiar
“Hombres con cabeza de animales” una y otra vez para conseguir una riqueza que
no necesitaba. Aquella era la razón por la que había perdido a Marta. La perdió
por culpa de su propia codicia y falsedad.
-¿Quién sabe decirme la razón por la que el señor Castle se
volvió a casar por segunda vez?- dijo alegremente la profesora que no existía.
-¡Porque era un fracasado que no podía vivir solo!-
contestaron los alumnos.
Las otras dos mujeres que conoció eran clones de la primera:
larga melena castaña, ojos verdes, finos labios rosados… Escuchar la voz de
aquellas mujeres era la razón por la que se levantaba cada día. Por ellas,
había despertado del sueño de su imaginación y vuelto al mundo real. Marta,
Sophia, Susan... Incluía también a su hija: Cassei, ella, por fortuna, heredó
el físico de su madre y la imaginación de su padre. Lo mejor de cada uno.
El siguiente dibujo, el niño sin rostro daba un infantil
beso en los labios de una chica de larga melena castaña y grandes ojos verdes.
Unas gotas mancharon el dibujó. Frank no se dio cuenta que estaba lagrimeando, estaba
tan inmerso en su imaginación que pensó que, dentro del dibujo, estaba
lloviendo.
Susan había sido la mujer con la que más tiempo había
estado. La profesora así se lo dijo a sus alumnos. Les contó la historia de
cómo se conocieron, los niños bostezaron de aburrimiento, y la historia de cómo
se separaron, ésta les resultaba más divertida. Susan compartía el físico y la
voz de Marta, Sophia, Cassie y de la misma profesora onírica; pero no la
mentalidad. Ella era la auténtica “Mujer garrapata”. Solo se casó con Frank
Castle por el interés. ¿Qué se había creído? En aquellos años, el pintor tenía
cincuenta y siete años y ella treinta y tres. La diferencia de edad era
abismal. Al principio no parecía un impedimento. Las noches resultaban más que
placenteras, las sonrisas parecían sinceras (más tarde descubrió que eran tan
falsas como "Hombres zoológico") y la voz, su cálida voz, le
despertaba de los demonios de su imaginación. Cuando se dio cuenta de que Susan
le engañaba con otros hombres, más jóvenes que él, le suplicó que se quedase a
su lado; incluso le propuso pagarle un sueldo mensual. Podía acostarse con
otros hombres, los que quisiera, pero, de rodillas, le rogaba que se quedase
porque sin ella se encerraría en su imaginación y jamás volvería al mundo real.
Susan denegó la oferta, con el divorcio consiguió mucho más que lo Castle podía
ofrecer.
-¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¿Quién lo sabe?-
-¡El dinero no da la felicidad!-
El niño sin rostro estaba sentado en un banco vacío. Detrás
de él, unas ardillas le amenazaban con tirarle la cáscara de una nuez
vacía. El niño las ignoraba mirando al
suelo. En el otro asiento del banco, Frank dibujó una sombra que no era nadie
y, en realidad, no estaba allí.
Era un viejo fracasado. Las galerías descubrieron su engaño:
“Hombres zoológico” eran copias de copias. Dejaron de comprarle los cuadros.
Después de que Susan se fuera, vendió la mansión a un precio escandalosamente
bajo en comparación a lo que pagó por ella. Cassei, ella era muy buena, le
prestó, a escondidas de su madre, dinero suficiente para que pudiera alquilar
una habitación de hotel.
“Hombre bebé”, el retrato de un anciano con el rostro de un
niño, fue su último cuadro que pintó. Era un cuadro tan auténtico como lo
fueron Marta y Sophia. Tenía un
significado: El anhelo de la juventud cuando se llega a la vejez. La paleta de
colores era la más amplia que había utilizado jamás. ¿A alguien le interesaba?
La intentó vender a todas aquellas galerías que en su día compraron un “Hombre
zoológico”, pero no consiguió nada. La mayoría creyeron que era un farsante y
que el verdadero Frank Castle había muerto de sífilis, otros decían que se
había vuelto loco y que estaba ingresado en una de las mejores clínicas del
país.
El chico sin rostro de los dibujos del cuaderno tenía un
bebe en su brazo derecho, lo balanceaba con dulzura. En la mano izquierda
(¿dónde está el globo?) tenía un cuchillo. Frank imaginó una luz asesina en los
ojos del niño y comprendió lo que iba a hacer. Lo que ambos harían.
Frank sacó un abrecartas de la mesita del hotel y lo utilizó
para apuñalar “Hombre bebé” con la misma ira con la que se imaginaba que el
niño, con el que se había entretenido dibujando, asesinaría a su bebé.
¿Qué más? ¿Qué tenía que hacer ahora? Cogió el cuaderno de
dibujo. El niño era una representación de su vida, sus éxitos y sus fracasos.
¿Quería una obra que expresase un sentimiento auténtico? ¿Una con la que Marta
estuviera verdaderamente orgullosa? Ese cuaderno era su obra culmen. Revisó las
páginas una por una. No solo había dibujos del niño sin rostro, también de la
atractiva profesora que estaba de excursión con sus alumnos, de algunos
“Hombres zoológicos” y un par de copias exactas de “Hombres con cabeza de
animales”. Todo dibujado con los lápices de colores que le regaló Cassie por su
cumpleaños; ella también le regaló el cuaderno.
-Lo siento papá, no tengo dinero para más. Entre la clínica
y la boda me estoy quedando sin ahorros. ¿No te lo he dicho? Charles y yo hemos
decido que nos casaremos el año que viene. Él es un gran pintor, igual que tú.
Te gustará papá. Cuando mejores, prometo que te lo presentaré. ¿A qué esperas?
Abre el regalo. Espero que te guste-.
Las últimas páginas del cuaderno estaban vacías, pero
aquello no importó pues Frank se imaginó qué estaba dibujado en ellas. El niño
sin rostro tenía un bote de pastillas: “Tratamiento para la esquizofrenia”. En
sus pies tenía un cuchillo empapado de sangre y un globo deshinchado.
Charles abrió el cajón de las medicinas, quería (necesitaba)
imitar las acciones del chico. Por un momento, no se acordó de qué cajón era.
Todos los muebles de la habitación del hotel (clínica) le parecieron iguales.
Tenía la sensación de que alguien había cambiado los muebles de lugar; el
servicio de habitaciones (enfermeros) a veces movía las cosas y no las ponía en
su sitio.
-¿Dónde están mis medicinas? ¡Quiero mis medicinas!- gritó
con todas sus fuerzas mientras se asomaba al cristal de la puerta. -¡Me habéis
vuelto a cambiar los cajones de lugar!-.
Al cabo de unos segundos apareció un enfermero. Llevaba dos
vaso de plástico, uno con agua y otro con las medicinas del señor Castle.
El antiguo pintor, devorado por su propia imaginación, tomó
las pastillas y cayó placentero sueño. El enfermero aprovecho que estaba
dormido para recoger los peluches de animales sin cabeza que estaban esparcidos
por el suelo. Cada semana, la doctora Cassie venía a verle con un muñeco nuevo.
Los doctores pensaban que sería bueno para su enfermedad que tuviera a alguien
a quien cuidar. Pero, de alguna forma u otra, el señor Castle se las arreglaba
para decapitarlos y esconder las cabezas en algún lugar de la habitación. Ante
esto, la doctora pensó que era por su aspecto animal. Un muñeco con un aspecto
humano, un bebé como el que se les regalaba a las niñas, daría mejores
resultados. El enfermero no se sorprendió al encontrar el nuevo muñeco
apuñalado por una decena de lápices de colores.
Dedicado a Tsuchi Kuroi (Leo para los amigos). Que siempre siga dibujando así de bien
Magnífico tío! Veo que los exámenes no consiguen exterminar del todo tus ganas de crear. Un abrazo!
ResponderEliminarBuenísimo. Me dejó con un escalofrío el final. Que no terminemos todos decapitando muñecos, jaja.
ResponderEliminarFelicitaciones por tan buen relato.
¡Saludos!