jueves, 3 de agosto de 2017

Hombres con cabeza de animales

El mayor logro de su vida no era el haberse casado tres veces (y divorciado otras tres) ni la niña que había criado junto a su segunda mujer. El mayor logro de su vida tenía como título: “Hombres con cabeza de animales”. Como pintura dejaba mucho que desear. La paleta de colores que había utilizado era muy simple y muy repetitiva. Si volviera a dibujar el cuadro, utilizaría una paleta de colores distinta para cada animal. Eso le daría un toque más distintivo y personal. Durante los últimos años Frank Castle se había vuelto tan exigente que llegó a odiar las obras que le dieron el prestigio y la fama. “Hombres con cabeza de animales” era un cuadro muy simple, incluso un niño de seis años sabría, nada más verlo, el mensaje que había querido expresar.

En una exposición de cuadros que solo existía en la cabeza de Frank, unos niños que estaban de excursión se congregaban alrededor de las obras de su vida. No estaban ordenadas por cronología, sino por el éxito que éstos habían tenido.  La primera de las obras: “Hombres con cabeza de animales”. Una joven y atractiva profesora que se parecía a la primera mujer de Frank Castle señaló el cuadro y preguntó a sus alumnos qué quería decir el autor cuando lo pintó. Todos levantaron la mano y gritaron al unísono:

-¡Es la representación del mundo moderno; usa los animales para parodiar la sociedad!-

Tal vez, a los críticos y a los magnates les gustaba “Hombres con cabeza de animales” por ese motivo, por lo simple que era. Así no tenían que pensar.

En el mundo real, fuera de su viva imaginación, Frank estaba sentado en la mesa de su escritorio. Tenía un cuaderno en la mano y en él dibujaba aquello que pasaba por su cabeza. Dibujó a un niño con un globo que sujetaba con la mano izquierda mientras que con la derecha señalaba un cuadro en blanco. Al niño no se le veía el rostro, lo había dibujado de espaldas, aun así, Frank sabía que se estaba riendo.

El siguiente cuadro que los alumnos vieron era el del “Hombre cuervo”, el cuadro que Frank más odiaba. Si “Hombre con cabeza de animales” fue el detonante, “Hombre cuervo” era una explosión. Después de su primer gran triunfo, Frank Castle repitió la fórmula del éxito. Pasó de dibujar lo primero que se le viniera en la cabeza a copiar, casi literalmente, “Hombres con cabeza de animales”. Creó una gama de retratos que los aficionados bautizaron como “Hombres zoológico”. Hombres con la cabeza de cuervo, gato, perro, hurón… Cualquier animal era válido. “Hombres zoológico” valían una fortuna mal merecida. “Hombres con cabeza de animales” por lo menos tenía un mensaje que dar, uno muy pobre y simple. “Hombres zoológico” no eran nada.


Terminado los últimos detalles del niño que se burlaba del primer cuadro, pasó la hoja del cuaderno y empezó el segundo dibujo. En éste otro niño sin rostro, quizás el mismo que el anterior, huía de una bandada de cuervos que volaban sobre su cabeza y una jauría de lobos que le perseguían por una carretera que no tenía fin.  La imaginación del pintor hizo el resto: El niño estaba siendo castigado por los “Hombres zoológico” por haberse burlado de “Hombres con cabeza de animales”. A un lado del cielo del dibujo, alejado de los furiosos cuervos, Frank dibujó el globo del chico. Un pequeño detalle que le hizo especial gracia.

La excursión por sus obras seguía avanzado: “Hombre hurón”, “Hombre gato”, “Hombre castor”…. La joven profesora no sabía qué decir a sus alumnos; las pinturas eran copias de copias, carecían de técnica. Pasó a contar curiosidades acerca del pintor:

-Su primer matrimonio fue un fracaso. Las malas lenguas dicen que “Mujer flamenco” es la representación, antes de casarse, de su primera esposa, “Mujer garrapata” es la exesposa después del divorcio-.

Mentiras y mentiras. Las galerías dijeron cualquier idioteces con tal de hacer vender las obras de Castle. Marta no era ninguna garrapata, ella no buscaba la fama ni la fortuna, como habían dicho. Era una chica de ideales firmes, era auténtica. No como Frank, que se dedicaba a copiar “Hombres con cabeza de animales” una y otra vez para conseguir una riqueza que no necesitaba. Aquella era la razón por la que había perdido a Marta. La perdió por culpa de su propia codicia y falsedad.  

-¿Quién sabe decirme la razón por la que el señor Castle se volvió a casar por segunda vez?- dijo alegremente la profesora que no existía.

-¡Porque era un fracasado que no podía vivir solo!- contestaron los alumnos.

Las otras dos mujeres que conoció eran clones de la primera: larga melena castaña, ojos verdes, finos labios rosados… Escuchar la voz de aquellas mujeres era la razón por la que se levantaba cada día. Por ellas, había despertado del sueño de su imaginación y vuelto al mundo real. Marta, Sophia, Susan... Incluía también a su hija: Cassei, ella, por fortuna, heredó el físico de su madre y la imaginación de su padre. Lo mejor de cada uno.

El siguiente dibujo, el niño sin rostro daba un infantil beso en los labios de una chica de larga melena castaña y grandes ojos verdes. Unas gotas mancharon el dibujó. Frank no se dio cuenta que estaba lagrimeando, estaba tan inmerso en su imaginación que pensó que, dentro del dibujo, estaba lloviendo. 

Susan había sido la mujer con la que más tiempo había estado. La profesora así se lo dijo a sus alumnos. Les contó la historia de cómo se conocieron, los niños bostezaron de aburrimiento, y la historia de cómo se separaron, ésta les resultaba más divertida. Susan compartía el físico y la voz de Marta, Sophia, Cassie y de la misma profesora onírica; pero no la mentalidad. Ella era la auténtica “Mujer garrapata”. Solo se casó con Frank Castle por el interés. ¿Qué se había creído? En aquellos años, el pintor tenía cincuenta y siete años y ella treinta y tres. La diferencia de edad era abismal. Al principio no parecía un impedimento. Las noches resultaban más que placenteras, las sonrisas parecían sinceras (más tarde descubrió que eran tan falsas como "Hombres zoológico") y la voz, su cálida voz, le despertaba de los demonios de su imaginación. Cuando se dio cuenta de que Susan le engañaba con otros hombres, más jóvenes que él, le suplicó que se quedase a su lado; incluso le propuso pagarle un sueldo mensual. Podía acostarse con otros hombres, los que quisiera, pero, de rodillas, le rogaba que se quedase porque sin ella se encerraría en su imaginación y jamás volvería al mundo real. Susan denegó la oferta, con el divorcio consiguió mucho más que lo Castle podía ofrecer.

-¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¿Quién lo sabe?-

-¡El dinero no da la felicidad!-

El niño sin rostro estaba sentado en un banco vacío. Detrás de él, unas ardillas le amenazaban con tirarle la cáscara de una nuez vacía.  El niño las ignoraba mirando al suelo. En el otro asiento del banco, Frank dibujó una sombra que no era nadie y, en realidad, no estaba allí.

Era un viejo fracasado. Las galerías descubrieron su engaño: “Hombres zoológico” eran copias de copias. Dejaron de comprarle los cuadros. Después de que Susan se fuera, vendió la mansión a un precio escandalosamente bajo en comparación a lo que pagó por ella. Cassei, ella era muy buena, le prestó, a escondidas de su madre, dinero suficiente para que pudiera alquilar una habitación de hotel.

“Hombre bebé”, el retrato de un anciano con el rostro de un niño, fue su último cuadro que pintó. Era un cuadro tan auténtico como lo fueron  Marta y Sophia. Tenía un significado: El anhelo de la juventud cuando se llega a la vejez. La paleta de colores era la más amplia que había utilizado jamás. ¿A alguien le interesaba? La intentó vender a todas aquellas galerías que en su día compraron un “Hombre zoológico”, pero no consiguió nada. La mayoría creyeron que era un farsante y que el verdadero Frank Castle había muerto de sífilis, otros decían que se había vuelto loco y que estaba ingresado en una de las mejores clínicas del país.

El chico sin rostro de los dibujos del cuaderno tenía un bebe en su brazo derecho, lo balanceaba con dulzura. En la mano izquierda (¿dónde está el globo?) tenía un cuchillo. Frank imaginó una luz asesina en los ojos del niño y comprendió lo que iba a hacer. Lo que ambos harían.

Frank sacó un abrecartas de la mesita del hotel y lo utilizó para apuñalar “Hombre bebé” con la misma ira con la que se imaginaba que el niño, con el que se había entretenido dibujando, asesinaría a su bebé.

¿Qué más? ¿Qué tenía que hacer ahora? Cogió el cuaderno de dibujo. El niño era una representación de su vida, sus éxitos y sus fracasos. ¿Quería una obra que expresase un sentimiento auténtico? ¿Una con la que Marta estuviera verdaderamente orgullosa? Ese cuaderno era su obra culmen. Revisó las páginas una por una. No solo había dibujos del niño sin rostro, también de la atractiva profesora que estaba de excursión con sus alumnos, de algunos “Hombres zoológicos” y un par de copias exactas de “Hombres con cabeza de animales”. Todo dibujado con los lápices de colores que le regaló Cassie por su cumpleaños; ella también le regaló el cuaderno. 

-Lo siento papá, no tengo dinero para más. Entre la clínica y la boda me estoy quedando sin ahorros. ¿No te lo he dicho? Charles y yo hemos decido que nos casaremos el año que viene. Él es un gran pintor, igual que tú. Te gustará papá. Cuando mejores, prometo que te lo presentaré. ¿A qué esperas? Abre el regalo. Espero que te guste-.

Las últimas páginas del cuaderno estaban vacías, pero aquello no importó pues Frank se imaginó qué estaba dibujado en ellas. El niño sin rostro tenía un bote de pastillas: “Tratamiento para la esquizofrenia”. En sus pies tenía un cuchillo empapado de sangre y un globo deshinchado.

Charles abrió el cajón de las medicinas, quería (necesitaba) imitar las acciones del chico. Por un momento, no se acordó de qué cajón era. Todos los muebles de la habitación del hotel (clínica) le parecieron iguales. Tenía la sensación de que alguien había cambiado los muebles de lugar; el servicio de habitaciones (enfermeros) a veces movía las cosas y no las ponía en su sitio.

-¿Dónde están mis medicinas? ¡Quiero mis medicinas!- gritó con todas sus fuerzas mientras se asomaba al cristal de la puerta. -¡Me habéis vuelto a cambiar los cajones de lugar!-.

Al cabo de unos segundos apareció un enfermero. Llevaba dos vaso de plástico, uno con agua y otro con las medicinas del señor Castle.

El antiguo pintor, devorado por su propia imaginación, tomó las pastillas y cayó placentero sueño. El enfermero aprovecho que estaba dormido para recoger los peluches de animales sin cabeza que estaban esparcidos por el suelo. Cada semana, la doctora Cassie venía a verle con un muñeco nuevo. Los doctores pensaban que sería bueno para su enfermedad que tuviera a alguien a quien cuidar. Pero, de alguna forma u otra, el señor Castle se las arreglaba para decapitarlos y esconder las cabezas en algún lugar de la habitación. Ante esto, la doctora pensó que era por su aspecto animal. Un muñeco con un aspecto humano, un bebé como el que se les regalaba a las niñas, daría mejores resultados. El enfermero no se sorprendió al encontrar el nuevo muñeco apuñalado por una decena de lápices de colores.


Dedicado a Tsuchi Kuroi (Leo para los amigos). Que siempre siga dibujando así de bien y no se vuelva loca en el intento.

2 comentarios:

  1. Magnífico tío! Veo que los exámenes no consiguen exterminar del todo tus ganas de crear. Un abrazo!

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  2. Buenísimo. Me dejó con un escalofrío el final. Que no terminemos todos decapitando muñecos, jaja.
    Felicitaciones por tan buen relato.
    ¡Saludos!

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