La biblioteca era un lugar mágico, quien no se diera
cuenta era porque era demasiado ignorante como para comprenderlo o demasiado
mayor como para fijarse en las pequeñas cosas que solo los niños eran capaces
de ver y oír. Éste podía ser un buen momento para mencionar un fragmento de un
libro que Fuga leyó hacia casi un mes. Los tres silencios que en el libro
mencionaban eran muy similares a los tres silencios que habitaban en la
biblioteca. El autor del libro describió los tres silencios como tres sonidos
que no se podían escuchar pero que estaban tan presentes y eran tan importantes
que podían describían el protagonista de la historia. Fuga imaginó que solo los
niños eran capaces escuchar y comprender los tres silencios que describía el
libro y que reinaban en su amada biblioteca.
A Fuga, que se conocía cada estantería y cada recoveco
de la biblioteca, no le fue difícil volver a encontrar el libro que
mencionaba los tres silencios. Lo cogió, pasó su mano por encima de la cubierta
de cuero para nutrirse del tacto suave y áspero por partes iguales, que solo
los mejores libros conseguían tener, y empezó a leer en susurros la escena de
los tres silencios. No había nadie en la biblioteca más que ella. Una lástima,
Fuga tenía una voz preciosa.
Fue entonces cuando sintió (como niña que era pudo
verlo y comprenderlo) una suave brisa
que hizo balancear su coleta. Pensó que era el libro, o quizás la biblioteca,
quien la estaba acariciando para darle las gracias por estar leyendo en voz
alta.
La niña cerró los ojos y se dejó llevar por los tres
silencios del libro y la biblioteca. Aunque tuviera los ojos cerrados, siguió
pasando la yema de su dedo índice por debajo de las líneas que recitaba de
memoria. Conocía el libro de los tres silencios a la perfección; y eso que lo
terminó de leer hacía un mes escaso.
Cuando terminó de recitar el fragmento de los tres silencios, cerró el libro y
lo abrazó contra su pecho. Su cabello seguía moviéndose al son de unas manos
invisibles. ¿El libro se había enamorado de ella? ¿O eran los tres silencios
quienes la amaban? ¿O, quizás, fuera su propia imaginación quien se lo estaba
inventado todo porque Fuga sabía que ella amaba a la biblioteca más que nadie y
que el amor conducía a la locura? La primera y la última opción eran la más
acertadas y las que la pequeña, tomó como ciertas. La segunda y la tercera
pregunta eran estúpidas. ¿Cómo había podido pensar que la biblioteca estaba en
silencio? Había un pequeño sonido (uno formado por tres silencios), más alto que
un susurro y más bajo que un ruido. Un detalle que, por fortuna, Fuga era lo
suficientemente pequeña como para poder percibirlo: Era una voz.
Fuga, dejó el libro en la estantería y corrió hacia el lugar donde escuchaba la
voz hablar. No era nadie y, a la vez, eran muchas personas hablando al mismo
tiempo. Si se concentraba podía distinguir qué estaba diciendo. Hablaba de una
posada, un letrero, una niña y tres silencios. ¡Estaba repitiendo lo que la
chica había leído! Era él (fuera quién fuera), eran ellos (fueran quiénes
fueran) y era la biblioteca quienes se habían enamorado de la pequeña y dulce
Fuga. No se lo estaba imaginando. ¡Era real! La biblioteca le estaba
correspondiendo su amor. Prueba de ello es que estaba repitiendo lo mismo que
ella había leído.
Pero, ¿dónde? ¿De dónde venían esas voces? Fuga cogió los pliegues de la larga falda
de cuadros y empezó a correr por los pasillos de la biblioteca buscando el
lugar de donde venían las voces apenas inaudibles. ¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde? Se
sentía tremendamente desilusionada. Había estado presumiendo de conocer cada
lugar junto con cada rincón de la biblioteca. No todos eran capaces de
encontrar el libro que mencionaba los tres silencios con la rapidez con lo que
la niña lo había hecho. Qué lo intentasen, si se atrevían. Nadie conocía la
biblioteca como Fuga; ni siquiera sus propios empleados. Entonces, ¿por qué no
podía encontrar las voces? Cada vez parecía que estaba más lejos. La escuchaba
por el techo, luego bajo el suelo, entre dos estanterías y, finalmente, dentro
de los propios libros. Pero, nada. Allí no había nada. Miró diez veces a las
vigas de madera del techo, puso quince veces la oreja en el suelo para escuchar
lo que abajo vivía y abrió más de un veintenar de libros pensando que dentro se
ocultaba aquello que hacía las voces.
Nada, ni rastro de lo que fuera que estuviera buscando.
Habría creído que lo encontraría. Cada vez que pasaba por una nueva esquina
pensaba que vería algo, lo que fuera, que le indicase que la biblioteca estaba
ahí con ella y que la estaba hablando. Le daba igual qué fuera aquello: Un
enorme corazón de piedra, un extraño libro que nunca hubiera visto o un joven
hombre que fuera el espectro de la personificación de la misma biblioteca. ¿Eso
era posible? Los edificios no se podían transformar en hombres ni formar
corazones. Pero, tampoco hablaban ni podían crear brisas que le acariciasen el
cabello, y Fuga había escuchado las voces hablar sobre los tres silencios y
había sentido unos dedos de viento balancear su rubia coleta. ¿Por qué no
podría ver ahora a un apuesto hombre que le dijera que era la biblioteca y que
la quería? Empezaba a pensar que había leído demasiadas novelas de fantasías.
Esas cosas solo ocurrían en los libros. Lo más seguro es que allí no hubiera
nada y que las voces que estaban escuchando solo fueran el eco de la
biblioteca.
Agotada por la gran carrera que había hecho, se sentó a los pies de una de las
estanterías. ¡Qué tonta había sido! Se dio un pequeño golpecito en la frente
con dos dedos. Era tan tonta que había estado más de una hora persiguiendo a
unos fantasmas que no existían. ¡Tonta, tonta y tonta! Se golpeó una segunda
vez y se echó a reír. Aunque había sido una estúpida con una gran imaginación,
no podía negar que se había divertido buscando aquello que no existía. Cuando
le contase a mamá que había estado corriendo buscando la voz de la biblioteca
porque creía que se estaba declarando no se lo creería. Se echaría a reír de la
misma forma que Fuga lo estaba haciendo ahora.
La niña era perseverante, orgullosa y, sobre todo,
cabezona. Después de haber reconocido que las voces solo era el eco de su
propia voz, quiso asegurarse que nadie le había hablado por una última vez. Se
puso la mano derecha al lado de la oreja para ampliar el rango de escucha y…
Nada. La biblioteca estaba en silencio (en tres silencios). No se escuchaba
ningún ruido, ni fuerte como un grito ni suave como un susurro.
-Está bien, me rindo- dejó salir un amargo resoplido y
volvió a reír.- A partir de mañana, dejo los libros de fantasía. ¡Lo prometo!-.
Y entonces fue cuando la biblioteca hizo la señal que
Fuga había estado esperando. Un libro de la estantería cayó a la cabeza de la
niña. Fuga lo abrió. Sabía cuál era, no podía ser otro: Su preferido. Era el
mismo libro, pero un ejemplar diferente, que había estado leyendo antes: el que
mencionaba los tres silencios que ahora se escuchaban con más intensidad por
toda la biblioteca.
Las voces salieron del libro en el mismo momento que
Fuga lo abrió. Cada una de ellas leía un fragmento diferente del libro. Aunque
todas las voces leyeran el libro a la vez, no se amontonaban entre ellas; Fuga
comprendía y escuchaba todas las voces por partes iguales. Era como si
estuvieran leyendo y repitiendo el libro tan deprisa que solo durase cinco
segundos, pero entiendo cada parte y cada historia que estaban escritas.
¿Pasaba lo mismo con los otros libros? Fuga dejó el
libro de los tres silencios a un lado de sus rodillas y cogió otro diferente.
Lo abrió por una página al azar, ni siquiera había visto qué libro era. ¡Las
voces también estaban dentro de ese libro! Lo leyeron y releyeron igual como
estaban haciendo con el de los tres silencios. Cogió un tercer libro, y luego
un cuarto, un quinto… Cuando se quiso dar cuenta estaba rodeada por diecinueve
libros abiertos en el suelo y, en todos ellos, se escuchaban las voces hablar.
Fuga se estremecía cada vez que una de ellas leía algún diálogo de amor en el
que alguno de los personajes dijera las palabras mágicas: “Te quiero”.
Esto ya no era obra de su gran imaginación. Era muy
real. Y cuanto se lo contase a mamá, ella estaría seria con las mejillas
ruborizadas por escuchar la hermosa historia de amor de la niña y la
biblioteca. (¡Le estaba diciendo “te quiero”! No se lo imaginaba. Era muy real.)
Fuga se puso en pie y bailó en círculos alrededor de los
19 libros. ¡La querían! La brisa volvió a aparecer; hizo balancear la coleta de
Fuga y le levantó la larga falda de cuadros para que no le molestase al bailar.
Sintió que alguien la abrazaba, a otro alguien que bailaba con ella y, como no
podía faltar, sintió que la biblioteca la besaba.
La niña corrió sin preocuparse de estar pisando y
rompiendo los libros del suelo. Hacía unas horas, se hubiera lamentado de haber
hecho un mísero rasguño a la cubierta de alguno de ellos; pero eso era antes de
darse de cuenta que la biblioteca era algo mucho más grande que un montón de
libros amontonados sobre las estanterías. Ahora, solo se interesaba por el hombre que
solo existía en su imaginación. Aquel que le hacía balancear su coleta y le
levantaba la falda de cuadros para que no se sintiera incómoda bailando. Los
libros eran lo de menos. Lo importante eran las voces que le habían dicho que
la querían.
Algo, que solo los niños podían ver y comprender,
apareció a tres metros de Fuga. Era una sombra en medio de tres silencios y un
mar de libros que seguían cayendo. ¿Era la biblioteca? ¿Qué otra cosa podía
ser? Fuga corrió tan rápido como pudo hacia la sombra; ésta parecía que se
estaba alejando contra más rápido corría la niña. La biblioteca no era tan
grande como para que la sombra se pudiera alejar tanto. ¿Dónde estaba yendo?
Fuga no lo sabía, ni tampoco quiso saberlo. Más allá de las estanterías y los
libros que caían estaba vacío (habían tres vacíos). Era como no ver nada, como
si tuviera los ojos cerrados constantemente. ¿Sería aquel el mundo de la
biblioteca? ¿Estaba allí el hombre que la besaba o el corazón gigante hecho de
piedra que imaginó que aparecería?
De repente, la sombra se dejó atrapar por Fuga. Le
cogió de la mano con la misma dulzura con la que le subió la falda para que
bailase mejor en el círculo de libros. No tenía boca, ni tampoco voz (tenía
tres silencios), pero Fuga comprendió que el hombre de sombra le había dicho
que fuera con él. ¡Claro que sí! La niña respondió con un rápido movimiento de
cabeza. Iría a cualquier lugar que fuera la biblioteca o el hombre sombra que
vivía en ella.
Iría… aunque no pudiera regresar de los tres vacíos,
aunque no pudiera ver nunca más a mamá y a papá, aunque tuviera que llorar en
silencio (el cuarto silencio)…. Fuga iría donde fuera que le llevase el hombre
sombra porque le había engañado para que se enamorase de él.
1. (El fragmento de "Los tres silencios" es un humilde homenaje a uno de mis libros favoritos: El nombre del viento del escritor Patrick Rothfuss).
2. Hace mucho que no escribía por aquí. Estuve liado con los exámenes de la carrera y ahora me siento un poco oxidado. :/ Poco a poco, supongo, iré volviendo a escribir como antaño.
Precioso y con un final escalofriante. Igual supongo que la niña habrá sido feliz en aquel cuarto silencio, seguir a la sombra era lo que ella quería.
ResponderEliminarBuen relato.
¡Un abrazo!
Pensaba que después tanto tiempo ausente, los viejos lectores como tú no volverían a comentar. ¡Me alegro mucho de verte Cyn <3! Y también me alegro que te haya gustado el relato ^.^
EliminarOtro abrazo para ti también.