sábado, 24 de septiembre de 2016

Casas y fachadas

¿Cómo eran las casas? Se preguntaba cada vez que recorría las urbanizaciones de la ciudad. Hacía muchos años que dejó de tener una casa. Sitios donde dormir no le faltaban. Hoteles, posadas y alguna que otra mujer que había quedado viuda demasiado joven y cambiaba sexo por una cama. Pero, una casa a la que poder llamar hogar, Pons no había tenido desde que era pequeño y su hermano mayor estaba allí para cuidarle.

No cambiaría nada de lo que tenía por vivir en una de esas casas, pero, aun así, sentía curiosidad por cuál sería su papel de una de ellas. ¿Saldría temprano a trabajar en una de esos grandes almacenes de ropa o en alguna fragua maloliente y volvería cuando ya era demasiado tarde para que los niños estuvieran despiertos esperándoles? Muchos hombres de los que vivían en casas eran así. A Pons no le gustaba verse como uno de ellos; no tendría tiempo para él mismo. Luego, tenía otra opción, la que destacaba en aquella zona, en la cual el hombre bebía por las mañanas e iba de putas por las noches mientras la mujer lloraba por no poder alimentar a los críos. Esa era otra de las típicas imágenes que se veían, día tras día, por aquella zona de casas tan elegantes  y otra que Pons rechazaba con un gran: ¡NO!

Se paró enfrente de una casa blanca con tejas de color café. Un hombre salía de la puerta a la vez que se ponía el sombrero de chistera. Dio una última y cómica despedida a la mujer que esperaba en el umbral de la puerta y se marchó pasando el cercado del jardín con una sonrisa. Una sonrisa que no era más auténtica que las monedas de los trileros. Pons creyó reconocer a ese tipo. Lo había visto en los burdeles más caros de la ciudad gastando más monedas de oro que nadie. Había días que, si estaba lo suficiente borracho, era capaz de invitar a todo el mundo con quien se encontrase a una jarra de cerveza fría y una puta caliente.

¿Cómo eran las casas? Como la cómica sonrisa que ese hombre brindó a su mujer: Pura fachada.

En comparación, Pons no vivía nada mal. Tenía lo que quería y cuando lo quería. No tenía que guardar las apariencias por nadie y nadie dependía de lo que hacía. Nadie lloraba esperándole, no se humillaba en malos empleos ni, tampoco, en malas costumbres.

El hombre de la chistera, cuando salió de su cercado, se quedó mirando unos instantes Pons. Seguramente, por la cara de miedo que había puesto, él también le había reconocido. Parecía que hubiera visto a un fantasma y puede que lo era: Un fantasma de su mala vida como borracho y putero. Un fantasma que, si hubiese querido, podía derribar la fachada de su casa y de su vida de un solo soplido.

Si así eran todos los hombres que tenían un hogar, Pons daba gracias por vivir en la calle.


5 comentarios:

  1. Una vida en la calle, mirando como los demás viven. Muy bien escrito este relato, engancha hasta el final. Un abrazo

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    1. jajjajajajaj muchas gracias María, tan encantadora como siempre ^^ ¡Otro abrazo para ti también!

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  2. Mi curiosidad me ha hecho llegar a tu blog y me he encontrado con un buen relato que nos habla también de una cierta curiosidad, por sabe qué ocurre tras las fachadas, a veces uno encuentra pobreza y tristeza y otras aparentes vidas perfectas, el sin techo hace una reflexión sobre esas vidas aparentes que están llenas de falsedad y mentiras y que desgraciadamente parecen más frecuentes de lo que creemos.

    Un saludo

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    1. Me alegra mucho que hayas entrado a mi blog! Espero que te guste. Está mal que yo lo diga pero, hay muy buenos relatos subidos (la gente suele decir que lo son :P). Has clavado a la perfección el mensaje que quería dar. Todo el relato trata sobre las apariencias que la gente intenta guardar. Al parecer, la buena vida de un hombre es proporcional a las mentiras que cuenta con tal de mantener su fachada. Lo dicho, me alegra un montón tener aquí. ¡Una más para la familia de Azäir!

      Un abrazo grandísimo.

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  3. ¡Buenas! Te vi en Bloguers y decidí pasarme. Me ha gustado mucho tu entrada. Como yo, también escribes. Me encanta poder visualizar algo cuando lo veo y con tu relato lo he conseguido.

    Nos leemos, un abrazo

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