viernes, 15 de abril de 2016

Un extranjero en la villa

Idán era una pequeña villa alejada de todas las grandes ciudades de Azäir. Sus habitantes tenían sus propias costumbres, su propia forma de pensar e, incluso, sus propios deseos totalmente diferentes a las otras grandes ciudades de los humanos. Era sencillo vivir en Idán, allí nadie pensaba en los orcos que venían desde las tierras frías del Norte ni en las enfermedades que nacían por el Oeste. Nada había en toda Azäir que pudiera perturbar la paz en la villa. Y los idanos trabajaban para que sus vidas siguieran igual como hasta entonces.

Cualquier extranjero que fuera de visita a Idán pensaría que la villa estaba recubierta por una cúpula invisible que, en lugar de no dejar pasar el aire, ésta no dejaba pasar las noticias de otros lugares.  Eso, al menos, es lo que pensaba Ronel.

Había llegado a Idán por pura casualidad. Trabajaba de vendedor ambulante, uno de esos que viajan de ciudad en ciudad, de pueblo a pueblo y de aldea a aldea cargado de diversos artefactos y noticias, ambas cosas igual de cotizadas por los compradores más habituales. Sin embargo, al llegar a Idán, nadie quiso comprarle nada. Fue extraño, incluso en los pueblos más pobres siempre había curiosos que querían, por lo menos, curiosear entre los artículos que mostraba en su caravana. Pero, allí no. En Idán le temían como si fuera un horrible orco.

La buena noticia era que, Ronel había llegado en el que parecía el mejor momento para la villa. Los idanos estaban preparando una festividad de la cual nadie le quiso decir nada. ¿Una sorpresa de bienvenida tal vez? No tenían muchas visitas así que, que todo el mundo se pusiera a trabajar en una fiesta inmediatamente después de ver al primer extranjero en muchos años no era una idea tan descabellada. Era incluso lógica, si lo pensaba con detenimiento. No era la primera vez que lo hacían; habían pueblos tan pequeños que, en cuanto él llegaba, se sentían tan agradecidos por la visita que los más ancianos le invitaban a comer y dormir a su hogar. En Idán también le invitaron. Ioan, el alcalde de la villa y el único habitante de ésta que le dirigió la palabra, le preparó toda una casa para que pasase cuántas noches como quisiera. Esa era la Choza del Invitado, la más lujosa y cómoda de la villa.

Ronel no era de los vendedores ambulantes más jóvenes, ni tampoco de los más ancianos, pero tenía las canas suficientes en su cabello y en su barba para saber que la Choza del Invitado era demasiado grande para alguien como él. La casa contaba con dos pisos, en el primero con cocina, un amplio salón en el que podían caber todos sus amigos y una pequeña biblioteca cuyos libros solo hablaban de Idán; en el piso superior habían tres grandes habitaciones una de ellas con dos camas. La letrina esta fuera de la estancia, en el jardín donde el olor de las heces no pudiera molestar el agradable aroma de la Choza del Invitado.

El vendedor, dejó su caravana y a Canela, su fiel yegua  y compañera de viaje, en el jardín. Se aseguró que todo estuviera bien atado para que nadie pudiera robarle ni los cachivaches ni la yegua.

-¿Qué te parece amiga?- dijo Ronel a su yegua a la vez que le daba una manzana para comer.-Nunca no han tratado tan bien, ¿verdad? Tengo la impresión de que esta noche venderemos hasta el último montón de chatarra que tengamos a la venta-.

Dedicó la tarde para descansar de su viaje, de una buena siesta no se escaparía. Si era cierto que estaban preparando una fiesta por su llegada, la noche sería el mejor momento para mostrar su mercancía. Lo vendería todo: brújulas, mapas, libros, ropas, armas, joyas y, lo más importante de todo, noticias. ¿Qué pensarían los idanos al saber que en dos ciudades al Este había hambruna? Podían hacer negociaciones y vender todo el trigo que sobraba en Idán, el cual no era poco. ¿Quién sabe? Quizás la pequeña villa se podría convertir en una ciudad gracias a esos ingresos. ¿O tal vez les interesaría saber qué, en los mares del Sur, unos piratas estaban arrasando todos los barcos que se pusieran en su camino? Idán no es que estuviera cerca de la costa pero, siempre era bueno conocer el estado de los pueblos vecinos. Ronel ya contaba mentalmente el precio que podía pedir por vender esas, y muchas otras, noticias al alcalde.

Toda la villa estaba adornada con multitud de farolillos y cintas de colores. No había casa que no tuviera su farolillo anclado en la puerta y sus cintas doradas y rojas rodeando las tejas. Ronel se alegró de ver, por fin, una expresión de felicidad en los extraños idanos. Seguían sin acercarse a él,  tal vez tendrían miedo, pero aquello solo era cuestión de tiempo. Solo tenía que esperar y sonreír cuando viera pasar a alguien cerca de la caravana que llevaba Canela a cuestas.  

-Señor-Ioan fue el primero que se acercó a la caravana, la mayoría de los otros habitantes de la villa estaban detrás de él.- ya lo tenemos todo organizado. Puede venir con nosotros-. Hablaba de forma extraña, con terribles pausas sosegadas que helaron la sangre de Ronel.

-¿Ir a dónde?- Preguntó el mercader.

-Es una sorpresa- Los idanos sonrieron ante las palabras de Ioan.-solo sígame, por favor.- Ronel cogió las riendas de Canela y se dispuso a seguir al alcalde como éste le había dicho, pero pronto Ioan volvió a hablar.-Sin caballo por favor, Idán no es un lugar de caballos. Nosotros cuidaremos de él y de su caravana-.

El mercader, en una primera instancia, desconfió del alcalde. Dentro de la caravana estaba su vida, todo lo que él era, que no era más que todo lo que tenía a la venta. No la quería dejar en manos de desconocidos, igual que no que quería dejar a su compañera de viaje. Fue la cálida sonrisa de los idanos y el recordar lo bien que le habían tratado preparándole la Choza del Invitado lo que le hizo cambiar de opinión y bajar de Canela.

El grupo presidido por el alcalde y el vendedor ambulante, se dirigió a las afueras de la villa. Los farolillos y las cintas que antes las veía en cada casa, ahora los podía ver en cada árbol como si estuviera haciendo un enorme pasillo entre el bosque.

-Adelante, Shabbel le está esperando-. Dijo Ioan.

-¿Quién es?-

-Es una sorpresa-. Contestó el alcalde curvando ligeramente la cabeza sin dejar de sonreir.

-¿Tú no vienes?- Miró hacia el resto de los idanos que parecían mantenerse a una distancia segura del camino de farolillos. -¿Es que nadie va a venir conmigo?-

-No, señor. Preferimos que disfrutes solo de la sorpresa.-

Eso ya era demasiado sospechoso. Varías ideas le pasaron a Ronel por la cabeza, la más lógica de ellas era que todo aquello no era más que una tetra porque no querían su compañía y le estaban expulsando de Idán con buenas palabras. Por supuesto, no sin antes robarle su yegua y su caravana.

-Se equivoca, disfrutaría mucho más con compañía que solo. Por favor, usted primero-. Dijo Ronel con un tono de voz cándido para que nadie llegase a sospechar de sus propias sospechas sobre los idanos.

Ronel hizo numerosos viajes en compañía de un grupo de bardos. Aprendió todo cuanto pudo de ellos. Era curiosos pues un bardo apenas se diferencia de un mercader, el trabajo de ambos dos se resumía en saber actuar para poder ganar la máxima cantidad de oro posible vendiendo sus productos; los bardos vendían espectáculo y los mercaderes como Ronel cachivaches de todo tipo.

-Como desee-. Esta vez el alcalde no sonrió, el resto del grupo sí lo hizo.

Avanzaron por el camino que marcaba los farolillos, la distancia que separaba a los idanos de Ronel cada vez se hacía más larga; parecían entusiasmados por querer presenciar lo que estaba a punto de suceder y a la vez temerosos por verlo. Una mezcla de sentimientos que a Ronel no le gustó para nada Pero que, mientras Ioan estuviera a dos pasos delante de él, poco le importaba.

-Hemos llegado-. Dijo Ioan tras una larga caminata.

Era mentira, no habían llegado a ningún sitio. Los farolillos todavía continuaban por el pasillo de árboles. Según calculaba Ronel, a ese camino todavía le quedaban unas dos horas de viaje para llegar a su fin. Aun así, no se atrevió a contestar pues algo se acercaba desde lo lejos. Algo bastante grande, más incluso que la caravana donde guardaba su mercancía.

Ioan dio dos pasos hacia el lado derecho del bosque alejándose de la luz de los farolillos y escondiéndose entre los arbustos, el resto del grupo de idanos hizo lo mismo que él. En medio, bajo todas las luces solo quedó el vendedor ambulante. Estaba completamente inmóvil, no sabía por qué razón exactamente pero algo se había apoderado de su cuerpo hasta el punto que no podía mover ningún músculo. Ese mismo algo era el “algo” que se acercaba por el pasillo de farolillos. Su mirada estaba dirigida a los ojos de ese “algo”, eran de un color azul que jamás había visto, más puro que el de cualquier río y cualquier mar que pudiera podido ver en sus muchos viajes.

A pasos agigantados, la criatura fue avanzando hacía él. Era un tigre gigante, de abundante pelo y enormes espinas por la espalda y los tobillos. Bajo la luz naranja de los farolillos, el animal resultaba hermoso a la par que terrorífico. Si no se hubiera quedado petrificado al verlo, Ronel hubiera llorado de emoción y de miedo.

-Por otro buen mes de paz-. Susurró Ioan mientras observaba la escena.

El Shabbel dio un saltó hacia su presa al verlo inmovilizado por el conjuro de su mirada. Cada mes, los idanos le ofrecían uno o, sino varios, hombres con los que alimentarse. Hacía años que lo estaban haciendo. El tigre gigante les defendería de los peligros que los humanos temen encontrarse, mientras que, ellos tenían que cumplir su parte del trato y alimentarle cada mes sin excepción. Sino era un extranjero, por el sabor de la carne se notaba que el hombre de aquella noche no era de Idán, el sacrificado tenía que ser un idano. 


En agradecimiento a El Círculo de Escritores por haberme nombrado Mister Marzo. Este relato os lo dedico a todos vosotros. ¡Muchas gracias!




2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho tu historia y el final una sorpresa. Un saludo

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    1. Esta historia tenía que ser bonita que tiene un motivo especial. Muchas gracias María. ¡Un abrazo!

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