martes, 15 de marzo de 2016

Sorbos de Amor

Vestido con una capa negra que le tapaba todo el cuerpo, con la capucha puesta para que nadie le pudiera identificar, fue hasta el bosque Kanyta. Los rumores decían que allí, entre los altos fresnos, se encontraba una pequeña cabaña de madera y, dentro de ella, un brujo sin escrúpulos, de esos que les podía pedir cualquier encargo que necesitase sin tener que dar estúpidas razones para ello.  El último mago a quien pidió ayuda no dejaba de insistir en que le dijera por qué necesitaba una poción tan poderosa como la que estaba pidiendo. ¿A caso importaba? Por supuesto que no, tenía el oro para pagarla, más incluso de lo que se había imaginado que podría costar una pócima de ese estilo por si acaso tenía que regatear el precio. Sin embargo, ningún estúpido mago aceptó su oro sin una explicación previa.

Su última esperanza era el brujo Vao, aquel ermitaño andrajoso y solitario que vivía en una cabaña en Kanyta. Hasta el momento, a Russel no le hizo falta nunca viajar por el bosque de fresnos. Él era un hombre de ciudad, no conocía lo que había más allá de su tienda de zapatos y de la taberna donde se emborrachaba como un cerdo. Los zapatos y la cerveza eran su vida, una buena vida al decir verdad. Sin hijos que le incordiasen, sin mujer que le controlase, sin amigos que le pidiesen dinero y sin preocupaciones de ningún tipo. Ya rozaba los cuarenta, su antiguo cabello moreno se estaba empezando a aclarar y su barriga era más similar a la de un puerco que a la de un humano; pero a él le gustaba, era feliz con su barriga y la blandía con orgullo cada vez que tenía que mostrarla. Era feliz hasta que la vio, la hija menor de Lord Berly, Vianca. Tenía diecisiete años, decir que era bella, que era la moza más hermosa que jamás había visto era quedarse corto; pues, Russel, estaba seguro que no solo era la más hermosa que había visto él, sino que era la más hermosa que nadie nunca hubiera visto, ni siquiera los elfos.

Ese era el motivo por el cual necesitaba un mago. Un gordo zapatero como él no podría ni acercarse a la hija del señor de la ciudad. Pero, eso cambiaría si fuera ella quien se acercase a él. Para ello, estaba dispuesto a pagar lo que fuera para que le fabricasen una poción de amor eterno. Entonces, Vianca, con su larga melena de color blanca flotando al son del viento y sus dos grandes ojos rojos brillando como dos soles, correría a sus brazos. Lord Berly no tendría nada que hacer para impedir que ambos estuvieran juntos.

Como le dijeron en la taberna que tanto visitaba, la cabaña de madera del brujo Vao estaba en mitad de los fresnos más grandes del bosque Kanyta. Fue fácil encontrarla, solo tenía que seguir los árboles conforme iban aumentando de tamaño como si de una escalera se tratase. Si veía un fresno, aunque fuera solo un poco más pequeño que el anterior, sabría que se había equivocado de camino. La cabaña no era nada en especial, solo cuatro paredes mal construidas con una puerta en la parte delantera. Ni siquiera tenía ni una sola ventana por la que pasara la luz del día. Ningún hombre con dos dedos de frente podía ser capaz de vivir en una casa tan asquerosa como aquella, mejor dicho, solo un brujo loco podría vivir en una casa así.

Russel dio dos golpes a la puerta de la cabaña con el puño esperando a que ésta se abriese por arte de magia, a los brujos le encantaban hacer cosas por arte de magia, pero no pasó nada. La única respuesta que obtuvo de sus dos golpes fueron más golpes desde la parte interior, el ladrido de un perro, el maullido de un gato, el bramido de buey, el aullido de un lobo, el rugido de un león e incluso el barrito de un elefante.  

-¿Qué cojones?- Se preguntó en voz alta Russel extrañado por lo que acababa de escuchar. En esas cuatro paredes de madera no cabían tantos animales.

Fue entonces cuando, el ermitaño apareció tras la puerta. Solo el brujo Vao y nada más que él, ni perros, ni gatos, ni lobos, ni elefantes… Solo el brujo. Vestía con una túnica de color verde oscura y con un extraño sombrero de copa del mismo color que la túnica que ocultaba su calva. De su cara nacía una larga y sucia barba gris que le llegaba hasta la cintura. Si lo vieran en la taberna, seguro que lo cogerían entre todos los hombres para usarlo de piñata humana.

 -¿Quién llama?- El brujo Vao dobló toda su espalda para acercase a observar a Russel, estaban tan cerca que la picuda nariz del mago pinchó la rechoncha nariz del humano. -¿Quién eres, qué eres, qué haces aquí?- Para no hacer preguntas, como le habían asegurado, el brujo acababa de hacer cuatro seguidas sin dejar que Russel contestase a ninguna de ellas.

-Me habían dicho que no hacías preguntas, mago.- Gruñó Russel. Por un momento, le pareció que los animales de antes le habían contestado cada uno con un su propio sonido, pero solo fueron imaginaciones suyas. Dio un empujón al brujo para que se apartarse de encima suya, éste obedeció sin mediar palabra, y sacó de su capa una gran bolsa de repleta de monedas. –Vengo a comprarte una de tus pociones.-

-¡Bien muchacho!- Contestó el brujo Vao refrotándose las manos.- ¿Y, me dejas preguntar de qué poción se trata o esa pregunta tampoco me dejas hacer?- Russel cerró los ojos para contenerse y no darle un puñetazo a la cara ese maldito brujo; odiaba que la gente se burlase de él. - ¿Y, bien, te ha comido la lengua el gato?- Hasta tres maullidos se alcanzaron a escuchar desde el interior de la cabaña. –Pasa dentro de mi humilde morada, muchacho, tengo lenguas de todo tipo para que vuelvas a hablar.-

-¡No quiero entrar a esa pocilga!- Gritó, respiró hondo y volvió a hablar con voz tranquila y serena.- Dime cuánto me costaría una poción para enamorar una doncella. Pagaré lo que sea.-

-Teniendo en cuenta que te he invitado a mi acogedora morada y has sido tan maleducado de no haber querido pasar…- El brujo se rascó la barba como si estuviera pensando mientras intentaba disimular, sin ningún éxito, que estaba riendo por dentro.- Toda la bolsa.- Russel asintió con la cabeza y se la cedió.-Y también la capa.- El hombre volvió aceptar y se quitó la capa.- Y la camiseta.- Volvió a obedecer y se quitó la camiseta dejándola junto a la bolsa de oro y la capa. - Y los pantalones.- A regañadientes y apretando la mandíbula en un puro gesto de rabia contenida, Russel se quitó los pantalones. No estaba en posición de negociar, no después de que el brujo le hubiera accedido a vender una poción y sin preguntas al fin.-Y las botas.- Suspirando sonoramente, volvió a aceptar.-Y los calzones.-

-¿¡Se puede saber para qué quieres mi ropa interior!?- Gritó más fuerte incluso que antes.-No pienso darte mis calzoncillos.-

-Está bien, quédatelos. Solo quería ver hasta dónde eras capaz de llegar.- El brujo Vao se río.- ¡Blasy, ven pequeño!-

De la cabaña salió una bestia del tamaño de un perro, pero que nada tenía que ver con un cánido. Tenía las patas delanteras como las de un pollo, las traseras como las de un caballo, la cola de un cocodrilo, las orejas de felino, hocico de lobo, colmillos de jabalí, alas de águila, melena de león y otras muchas partes de animal que Russel no supo diferenciar. El brujo Vao depositó sobre el extraño animal de nombre Blasy las pertenencias que había ganado en la negociación.

-Llévalo dentro.- El animal obedeció, Russel no podía apartar la mirada de él. No sabía de dónde había aparecido ni dónde había ido pues, al asomarse por el umbral de la puerta, no vio nada más que polvo y viejos muebles en el interior de la cabaña. –Creo que por aquí tengo algo…- El brujo rebusco largo rato entre los bolsillos de su túnica hasta encontrar una poción que contenía un líquido de color rosado. – ¡Sí, aquí está!- La levantó, la dejó caer y la cogió con la otra mano al vuelo antes de que cayera al suelo.-Pero tienes que tener cuidado mi buen y maleducado amigo, solo con oler su contenido, cualquiera se sentirá atraído por ti, incluso Blasy.-

-Me alegra oír eso.- Sonrió, Vianca no era una mujer fácil precisamente, ya había rechazado a más de treinta pretendientes.

Sin decir nada más, Russel cogió la poción y dio la espalda al andrajoso ermitaño. Ya no tenía por qué hablar más con ese estúpido mago y, con suerte, no lo tendría que ver nunca jamás.

Avanzó por el bosque, por el camino que había cogido para llegar hasta la cabaña del brujo Vao, estaba siguiendo la escalera de mayor a menor fresno. Con ambas manos, sostenía la poción rosa que había comprado como si fuera el mayor tesoro que jamás hubiera tenido entre sus gordos dedos. El rugido de un oso le hizo girar la cabeza, pero no vio nada. ¿Blasy otra vez, acaso lo estaba siguiendo? Russel prefirió no pensar en eso y continuar andando.

En esos pocos segundos que estuvo pensando más en Blasy que en la pócima que sostenía, Russel tropezó con una raíz y cayó al suelo de frente. Se había hecho sangre en las rodillas al estar medio desnudo, también en la cintura, pero eso no le hizo más daño que ver el frasco roto y todo el líquido rosa derramado por el suelo. El rugido del oso se volvió a escuchar más fuerte y claro que antes y con él, las palabras del brujo Vao resonaron en la cabeza de Russel: “cualquiera se sentirá atraído por ti, incluso Blasy.”

El oso, uno grande y negro, se acercó por la espalda del malherido humano hechizado por el aroma de la poción de amor.

-¡NO, POR FAVOR NO!- No importaba cuánto gritase ni cuanto se arrastrase por el suelo, el oso ya lo había cogido y lo que venía a continuación no era nada agradable.

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