El señor y la señora Neil fallecieron en un accidente de
carro. Un borracho recién salido de la taberna, aunque por su olor parecía
haber salido de una pocilga, los atropelló con su carromato. Los caballos,
dirigidos por las riendas de aquel tipo asqueroso, aplastaron las cabezas de
los señores Neil dejando a su hijo de ocho años huérfano de padre y de madre.
Si tan solo, aquel repugnante borracho hubiera atropellado a uno de los dos, el
pequeño Braham no se hubiera sentido ni tan triste ni tan solo como se sintió
en aquellos días de insufrible dolor. Tendría a alguien que cuidase de él, un
hombro donde llorar y unos brazos que le abrazarían siempre que lo hubiera
necesitado. Pero, no. Braham no tenía a nadie a su lado. Cuando él nació, los
señores Neil decidieron viajar a la ciudad alejados del resto de sus familiares
en el pueblo de Hoodest en busca de una nueva y mejor vida para su hijo. Fue un
noble sacrificio hecho con la mejor intención. Pero, cuando murieron, Braham
apenas conocía al resto de su familia y, por consiguiente, ellos tampoco
conocían de la existencia del pequeño Braham Neil.
El único familiar que quiso encargarse de él fue su abuela,
la agradable anciana Meldida; Mely para
aquellos que la conocían mejor, aunque todo Hoodest la conocía como la
entrañable juguetera del pueblo. Una sonrisa cálida y sincera era todo cuanto
necesitaba Braham, pero no de su abuela. No, él odiaba a su abuela. Sus abrazos
no eran mejores que los de sus padres. Sus sonrisas no le causaban más que
odio. El pequeño no aceptaba que una anciana a la que nunca había visto tuviera
que cuidarle.
Las dos primeras semanas junto a su abuela fueron las peores semanas que él, y que
también Mely, habían vivido nunca. Por mucho que Meldida intentara hablar con
Braham, abrazarle o incluso darle de comer; él la repudiaba cada vez de forma
más ruin y miserable incluso para un niño pequeño. Le tiraba al suelo la comida que le
servía, podía estar todo un día sin hablar y a penas sin dirigirle la palabra. Para ella fue demasiado duro tener que ver como los fríos ojos de su nieto la miraban con tal desprecio. La entrañable juguetera había hecho feliz con sus peluches a todos los niños de
Hoodest, y sin embargo no podía hacer feliz al niño que más amaba. No podía hacer feliz a su
nieto Braham, el hijo de su hijo tristemente fallecido por la embriaguez de un hombre.
Ya cansada de mendigar el cariño de su nieto, probó una última esperanza. Si había podido hacer feliz a los niños de Hoodest con sus
peluches, también podría hacerlo con Braham. Meldida pasó tres largos días
trabajando en el sótano de su casa en el que sería el nuevo amigo de su nieto.
De vez en cuanto, Braham bajaba al sótano en compañía de su abuela para
avisarla de que era la hora de la comida o que se iba a acostar; sin embargo, a
Mely le gustaba pensar que la razón principal por la que su nieto bajaba a
verla era porque sentía curiosidad por lo que estaba haciendo.
Casi tres semanas después de entrar por primera vez al hogar
de la anciana Meldida, Braham recibió el que sería el mejor regalo que jamás
hubiera recibido en su vida. Era un oso de peluche perfectamente elaborado; los
ojos eran de color azules, del mismo color que los de su madre, y el pelaje era
castaño oscuro igual que el cabello de su padre. El oso, al que llamó Gotty,
vestía con un traje con el que simulaba ser un marinero; los pantalones eran
azules oscuros, la camiseta blanca y el pañuelo azul claro a juego con los ojos
del peluche. A Braham le gustaba pensar que Gotty formaba parte del alma de sus padres
e, incluso, de la suya propia. El cabello de su padre, los ojos de su madre,
el traje que le recordaba a los hombres que le sirvieron en un viaje al mar que
hizo con sus difuntos padres semanas antes de que estos fallecieran... Eran esos pequeños detalles lo que le hicieron
pensar que, de alguna forma que él no sabía explicar, sus padres seguían vivos
gracias al oso de peluche que le hizo su abuela.
Pasaron los años y cada vez más, Braham estuvo más y más
unido a su abuela. Aprendió a hacer los peluches que ella hacía y desde bien
joven dirigió la juguetería desde el primer momento en que Meldida comenzó a
enfermar por su avanzada edad. Sin
embargo, su único objetivo distaba mucho de lo que él podía hacer en la tienda.
Lo que Braham deseaba con toda sus fuerzas era el crear algo como lo que su
abuela creó para él. No un oso de peluche, como Meldida creyó en un primer momento,
lo que intentaba hacer en el mismo sótano donde trabajaba Mely era crear un
alma, otro Gotty.
Aquel día, como cada mañana, antes de bajar al piso inferior
de la casa el cual servía como juguetería, Braham subió a la habitación de su
abuela con una bandeja de plata con la cual le servía el desayuno. No podía
soportar verla tan débil ni tan enferma pero no por ello no dejaba de estar
agradecido de poder verla cada día.
-Hola abuela.- Dijo Braham acercándose pausadamente a la
cama donde se hallaba enferma Meldida.
-Llámame Mely.- Contestó con voz ronca acompañada de su
agradable y peculiar sonrisa. Todas las mañanas empezaban igual, desde que
enfermó, empezaban con aquellas dos frases.
-Mely, te he traído el almuerzo. Tostadas con mantequilla,
zumo de naranja y unos huevos fritos.-
-No me apetece comer ahora; déjalo a un lado.- La anciana
miró directamente a su nieto como si jamás lo hubiera visto antes.- ¿Cuántos
años tienes ya? Tu abuelita no lo recuerda.-
-Quince.- Aunque Meldida necesitase comer, Braham no le
llevó la contrarió y apartó la bandeja a un lado de la cama. Se la veía en tan
buen estado y tan alegre que no podía negarle nada.
-Has crecido mucho y muy rápido. Para mí es como si solo hubieran pasado un par de meses. -Hizo una pausa para toser. - ¡Y ahora mírate! Eres todo un
hombrecito. Mi pequeño hombrecito.-
-Debo irme a abrir la
tienda.-Dijo casi en un tono lastimero. Braham no quería abandonar a su abuela
en ese estado. -Prométeme que estarás bien.-
-Te lo prometo.- Repitió Mely como cada mañana. – Te prometo
que estaré bien.- Sabía que sin esa promesa su, ya no tan pequeño nieto, no se
iría a trabajar.
Braham bajó las escaleras sin despedirse de su abuela. Odiaba tener que decir adiós pues pensaba que
si lo decía, perdería a su abuela al igual que perdió a su padres. Al bajar a
la tienda hizo el mayor ruido posible para hacer notar a su abuela que él estaba
ahí. Mely se sentiría mejor si no supiera qué era lo que, desde hacía más de
tres meses, hacía al dejarla a solas con la comida. No quería que supiera nada acerca de sus
experimentos. Cuando pensó que ya había hecho el suficiente ruido, bajó hacia
el sótano de la casa. Allí, sobre unas estanterías Gotty le estaba esperando
con la misma sonrisa con la que le vio el primer día que lo recibió. Al lado
del viejo oso de peluche había otros muñecos. Braham cogió aquel que lo llamó
Menta, un conejo de color verde vestido con un delantal blanco.
-Hola Menta.- Le dijo Braham al conejo de peluche con el
mismo tono cariñoso que le había hablado a su abuela minutos antes. –Te he
traído una cosa.- De los bolsillos de su pantalón sacó una bolsa con algunos
mechones de pelo de color gris. –Ya no recuerdas la edad que tengo pero Menta
lo puede recordar por ti. Gotty siempre se acuerda que tengo quince años.- Le
susurró al conejo con un tono extrañamente cariñoso a medida que le iba
cosiendo los mechones que le había arrancado a su abuela la noche anterior mientras dormía.
–Padre y madre siempre recuerdan quién soy.-
Dejó a Menta en el mismo lugar donde lo había cogido y lo
contempló orgulloso durante unos minutos. Estaba creando un alma, el alma de su
propia abuela a partir de un peluche en forma de conejo. No solo el cabello
formaba parte de Meldida, el delantal de Menta lo recortó de unos de los
delantales que se ponía su abuela para cocinar, el color verde era el color
preferido de Mely y el nombre de mental
era debido al sabor de los caramelos que ella le daba cuando era más
pequeño.
Sin embargo, por muy elaborado que estuviera Menta, no podía dejar de pensar que todavía
le faltaba algo. Algo que le diferenciaba de Gotty y de las otras almas que
había creado. Braham cogió a una de esas almas, un gato de color negro. Las
uñas del peluche eran uñas reales del cadáver de una niña de apenas cinco años
de edad, los hilos que formaban la sonrisa y algunos detalles menores de la cara del
gato eran en realidad parte del moreno cabello de la niña y, en el interior del
peluche, bajo todo el algodón y los trapos estaban los dientes de la pequeña.
El gato, de nombre Uze, era un alma.
Una vez cada dos noches, Braham iba al cementerio en busca
de cadáveres frescos con los que poder trabajar para sus experimentos. Uze,
Kitten, Fola y muchos otros peluches los creó a raíz de esos viajes. Eran almas. Igual que Gotty y, sin embargo,
no se parecían en nada a Menta. ¿Por qué? ¿Qué era lo que les hacía tan diferentes?
¿Por qué al abrazar a Gotty podía sentir a sus padres, por qué al coger a Uze
sentía tener atrapado a la pequeña niña y por qué cuando cogía a Menta no
sentía nada? Algo no estaba bien. Algo que no había salido bien en su
experimento. ¿Por qué el alma de su abuela todavía seguía en la habitación de
arriba en lugar de estar en el conejo de peluche?
De alguna forma u otra Mely quería poder agradecer a su
nieto todo lo que hacía por ella. La cuidaba, le subía la comida, le limpiaba…
hacía todo cuanto ella no podía hacer por culpa de su avanzada edad. Algunos
ciudadanos de Hoodest ya la llamaban “La que no muere”, aunque, lo cierto era que
se estaba muriendo por dentro. Era una muerte lenta que, de no ser por su
nieto, también hubiera sido dolorosa.
Cada vez que podía, cogía hilo y aguja y empezaba a coser, hasta que sus
fuerzas le dijeran basta, un peluche con forma de niño pequeño, se parecía tanto
a la visión que tenía de su nieto que ella misma se sorprendía cada vez que lo
contemplaba.
Ya estaba casi terminado. El pequeño peluche de Braham estaba
listo. Cuando su nieto subiera a llevar a la cocina la bandeja ya vacía de
comida, Mely se lo daría como signo de agradecimiento. No tardaría en llegar,
podía escucharlo subir las escaleras. Entonces, y solo entonces le daría el
peluche; le daría el Muñeco Neil.
Cuando su nieto entró por la habitación, rápidamente, Meldida
escondió el hilo y la aguja bajo la almohada de su cama para que no la viese.
Al Muñeco Neil, lo guardó bajo las sabanas al alcance para poder agarrarlo y
enseñárselo a Braham cuando menos se lo esperase.
Armado con un
cuchillo de carnicero, Braham entró en la habitación de su abuela. La
diferencia entre Gotty y Menta era que Gotty guardaba el alma de unos muertos y
Menta de un vivo. El conejo verde no sería un alma hasta que su abuela no muriese.
-Hola abuela.- Saludó con un cariño fingido. Dejó el filo del cuchillo a la vista, una
vieja enferma no podría huir de él.
–Menta necesita algo tuyo.-
-¿Qué haces con ese cuchillo?- Dijo Mely con una voz
ahogada. No podía creerse que su propio nieto le estuviera amenazando con un
arma.
Braham no contestó. Estaba decidido a acabar con la vida de Meldida
para poder hacer de su obra realidad. Fue directamente hacia la cama, sujetando
con fuerza el arma y atacó a su abuela. Inexplicablemente, Meldida cogió
fuerzas de donde no tenía para agarrar con las dos manos el puño donde Braham
empuñaba el cuchillo de carnicero.
-¡¿Qué estás haciendo?!- Gritó Mely con todas sus fuerzas.
Braham, nuevamente, no contestó. Hizo tanta fuerza que empujó a su abuela
destapándola de la sabana con la que se cubría dejando al descubierto el
peluche que tenía su propia forma, aquel que su abuela había llamado Muñeco
Neil.
-¿Soy yo?- Preguntó sorprendido Braham al ver su
representación como peluche. En un momento de vacilación, Braham dejó de hacer
fuerza para vencer a su abuela. –Soy yo.- Solo podía fijarse en aquel muñeco.
Toda su atención estaba fijada en él.
Mely no sabía qué hacer. Estaba temiendo por su vida, su
nieto, su pequeño Braham, le estaba a punto de matar. El miedo y el mero
instinto de supervivencia hicieron que Meldida cogiese una de las agujas que
escondió bajo su almohada y la utilizase para atacar a su nieto en la mano
donde sujetaba el cuchillo. Braham aulló de dolor y ella gritó de espanto. La
aguja atravesó su mano y el cuchillo de carnicero cayó a los pies de la
anciana.
El dolor era lo de menos; lo más importante eran las almas
que se escondían en los peluches. ¿Menta? No, ya no le interesaba el conejo en
el que quería atrapar a su abuela. Aquel peluche, aquel que se parecía tanto a
él, era el que llamaba toda su atención.
Aun con la mano derecha ensangrentada, Braham cogió al Muñeco Neil y lo
observó atentamente. Era él. Casi era él. Le faltaba poco para ser él. Sabía
que le falta muy poco. Podía sentirlo. Casi podía sentirlo. A medida que dejaba de
sentir la palma de su mano derecha sentía cada vez más y con más fuerza la mano del Muñeco
Neil
Braham se había vuelto loco, aquel ya no era el nieto que
tanto había querido. No sabía quién era. Meldida estaba aterrorizada. Se
preguntaba tantas cosas y ninguna tenía tiempo para responderse. En el pueblo
había escuchado historias de gente poseída por demonios.¿ Y si su nieto, su
pequeño nieto, su tan querido nieto estuviera poseído? No podía dejar de
llorar. Se sintió más vieja y cansada que nunca, como si todos los años que
tenía cayeran inmediatamente sobre su espalda. Siguió llorando cuando se puso
derecha en la cama y cogió el cuchillo que Braham soltó. Siguió llorando cuando
deseó con todas sus fuerzas que, como los cuentos infantiles que ella le contó
una vez a su nieto, un héroe llegase y los rescatase a ambos antes de que ella
hiciera lo que estaba a punto de hacer. Dejó de llorar cuando el deseo no se
hizo realidad e hizo lo peor que había hecho en su vida. El cuchillo de
carnicero a manos de Meldida atravesó la garganta de Braham mientras éste
abrazaba contra su pecho al Muñeco Neil.
La historia es predicible y aburrida, lo siento mucho ����
ResponderEliminarNo tienes que sentir nada amigo, comentarios como el tuyo son los que me ayudarán a seguir mejorando. Espero que la próxima historia resulte más divertida y menos impredecible. Un saludo ^^
EliminarMuchas gracias de nuevo, tus comentarios siempre me animan a seguir trabajando en mi blog >.<
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