sábado, 31 de octubre de 2015

La noche de Samhain

Valerie contemplaba desde lo alto de la muralla de Windest como las caravanas y los caballos entraban por las puertas de la ciudad. No estaba acostumbrada a ver una multitud tan grande y tan diversa de personas. Ella era una simple chica de pueblo que, por amor, abandonó su hogar para irse a vivir a junto a su amado Edwyle. No entendía muchas de las costumbres de la ciudad. Era como si fuera de una especie diferente a todas esas personas que, con tanta dedicación, trabajan duro para que todo quedase perfecto para la noche de Samhain.  

Mientras unos, la mayoría los extranjeros como ella, trabajaban bajo la muralla poniendo los adornos y preparando la música para la fiesta; los habitantes más recios de Windest se encontraban arriba. En la ciudad, tenían por costumbre colocar las prendas de los muertos más recientes en lo más alto de la muralla como si fueran espantapájaros. Según creían, durante la noche de Samhain, los espíritus podían regresar de su otra vida para abrazar a sus seres más queridos. Poner sus prendas en lo más alto era una manera de llamar a esas almas perdidas que con tanto anhelo querían volver a ver. Valerie no compartía aquella creencia, allí donde ella era no tenían esa costumbre por lo que no podía entenderla; sin embargo, si pudiera verle estaba convencida de que a Edwyle, su difunto esposo, le hubiera gustado que siguiera con la tradición de su ciudad.

Cuando, dos meses atrás, su marido falleció en un accidente en la fragua donde trabajaba, Valerie se vio asustada y perdida en un ambiente extraño y confuso en el que no se sentía nada cómoda. Windest era todo lo contrario a lo que ella estaba acostumbrada. La ciudad carecía de campos y pocos o ninguno eran los animales que podía ver corretear entre las casas. Sin embargo, lo peor de todo aquello era la falta de aire. Windest fue construida en una zona de Azäir llamada “el sumidero de viento”. Por el norte, por el sur, por el este y por el oeste se alzaba una violenta masa de aire que golpeaba la ciudad; de no ser por su gran muralla que le impedía el paso al interior de Windest, muchas de sus casas se convertirían en polvo; pero, por culpa de esa misma muralla, Valerie no podía sentir la brisa del aire acariciar su piel cada mañana al despertar como la sentía en su pueblo. Aun así, después de todo, no se marchó, pues allí podía mantener vivo el recuerdo de su esposo. Aunque la ciudad fuera la más horrible que ella había estado nunca, la festividad de Samhain era la excusa perfecta para sentir a Edwyle con todavía más fuerza de la que ya sentía día a día.

Una camisa de tela que en su día fue blanca pero que al cabo del tiempo se volvió amarilla y unos pantalones de cuero fueron las prendas de Edwyle que usó Valerie para crear el espantapájaros que recordaba a su marido. El viento entraba por los orificios de la ropa haciendo que se moviera como si fuera una persona, como si Edwyle volviera a usarla. Valerie no pudo contenerse y una lágrima brotó de su ojo derecho al ver la ropa de su difunto esposo en movimiento de nuevo. ¿Era eso lo que sentían los habitantes de Windest? ¿Era por ello que Samhain era tan especial? En aquel momento, Valerie no se supo contestar, siguió mirando largo rato las ropas de Edwyle moverse en son del viento.

Llegó la noche y con ella las luces y la música. Todo el mundo bailaba, cantaba y bebía para celebrar el regreso de sus difuntos; todos a excepción de Valerie, pues por ningún lado vio a su esposo regresar de entre los muertos para ir a besarla. Entre todas las actividades que se celebraban aquella noche, ella se decantó por ver la actuación de un extravagante circo ambulante. Los actores eran payasos que a su vez estaban disfrazados de monstruos y doncellas. Era, cuanto menos extraño, pues el maquillaje que llevaban estaba seco y corrido como si hubieran llevado la misma pintura desde hacía semanas.

Un primer payaso vestido de doncella se puso en medio del escenario. Algunos niños comenzaron a llorar por el miedo que les causa su macabro aspecto. Mas, a los adultos no les parecía importar, Samhain era una noche para pasar miedo.

-Servimos al Rey de la Locura
sus enseñanzas,
 sus actos
y sus venganzas
 Hemos abandonado la cordura
este es el Circo de la Locura.-

Otros dos payasos aparecieron en el escenario. Uno por la derecha con un traje que daba sensación de ver los huesos de un esqueleto por encima del disfraz de payaso y el otro subió por la izquierda con una calabaza en la cabeza que le había hecho los agujeros para poder ver, respirar y hablar. Ambos dos estaban armados con espadas, seguramente de atrezo, para interpretar la función que dio origen el payaso que iba de doncella. El esqueleto y la calabaza atravesaron con sus armadas, uno de cada lado, el vientre de la doncella mientras ella se reía con una risa terriblemente perturbadora. Los niños cerraron los ojos y se taparon los oídos para no poder ver la sangre ni oír aquella infame risa. Si todo era parte de un espectáculo, era el más real que Valerie había visto en toda su vida. Otros payasos disfrazados de monstruos y doncellas emergieron de las caravanas del circo armados con garrotes, cuchillos y espadas. No peleaban entre ellos, esta vez saltaron hacia el público para matarles a ellos.

No, no podía ser verdad. Aquello tenía que ser una pesadilla. Valerie no podía creer lo que estaba viendo. Los circos que ella había conocido en el pueblo no eran así. Hacían reír y llorar con sus historias, no masacraban  a los espectadores de aquella forma tan horrible. Corrió, como todos los demás que habían visto la obra de los payasos, ella corrió para huir de los monstruos y las doncellas quienes, con una velocidad innata en ningún hombre cuerdo, perseguían a aquellos que habían sido sus espectadores.

Un payaso vestido todo de gris, con un maquilla blanco encima de la propia pintura de payaso y armado con un enorme cuchillo de carnicero había puesto su ojo en la joven Valerie. Ella corría y gritaba de terror al mismo tiempo que él corría y reía de alegría.

-¡AYUDADME!- Gritó Valerie.- ¡GUARDIAS!- Ningún guardia acudió a ayudarla, no eran suficientes para hacer frente al Circo de la Locura.  –¡POR FAVOR!- Continuó suplicando con un llanto capaz de derretir el corazón de cualquier hombre.

-JAJAJAJAAJA.- Continuó riendo el payaso que la perseguía. – No podrás escapar.-

Tenía razón. Lo peor es que tenía razón. No podía escapar. Tarde o temprano, el payaso la mataría y ella se convertiría en un muerto más que contar entre esas pobres personas que ya habían caído bajo las armas de aquel horrible circo. Valerie contuvo las lágrimas durante un segundo. No quería morir. Aunque sabía que era inútil correr y que la acabaría cogiendo, no iba a rendirse; eso nunca. Ella era una luchadora. No había peleado seis largos años de su vida para habituarse a una ciudad que odiaba y para festejar creencias que no compartía por nada. Si había podido sobrevivir a Windest podía hacer frente al payaso.

Dio un rápido giro al llegar al cruce entre casa en casa entrando en un callejón de difícil acceso. El payaso fue tras ella. El filo de su cuchillo, por suerte para ella, podía verse en la oscuridad por el reflejo de la luz de la luna llena sobre él. Valerie cogió la tapa de uno de los cubos de basura del callejón y lo usó para golpear la cabeza del payaso cuando este hubo girado tras ella. Mala idea. El monstruo no cayó inconsciente por el golpe como había imaginado la joven Valerie, él siguió de pie.

Llegó el turno del contragolpe, el payaso dio un tajo con su cuchillo directo hacia ella. Instintivamente, intentó frenar el cuchillo con su brazo izquierdo y, aunque vivió, no se libró de un inmenso corte que nacía en su codo y le llegaba casi a la muñeca.

Gritó. El dolor era inhumano. Jamás había sentido tanto dolor. La sangre no dejaba de salir. Ella estaba casi muerta. Luchar no servía nada. Correr tampoco servía. Ella ya estaba muerta. Contra antes lo aceptase mejor. Estaba muerta y punto. Valerie rompió a llorar más fuerte que al principio. Su llanto destacaba entre los otros llantos de las demás victimas y entre las risas de los payasos. Era el llanto de alguien que, habiendo querido luchar había perdido, era el llanto del más fuerte sufrimiento y era el llanto del amor.

Por primera vez en los seis años que llevaba viviendo en Windest, una brisa fresca acarició sus mejillas. Valerie cerró los ojos para poder disfrutar en mayor medida de ese suave aire que le acompañaba a la hora de su muerte. Solo tenía que esperar a que el payaso diera su último golpe.

¿Ya estaba muerta? Después del primer tajo que hirió su brazo no hubo ningún otro. Algo había frenado al payaso. Algo no le dejó continuar lo que ya había empezado. Valerie abrió lentamente los ojos. El payaso disfrazado de monstruo estaba de pie, haciendo fuerza con ambas manos para bajar el cuchillo hacia ella pero algo no le impedía efectuar su ataque. Una masa de aire helado se formo entre ella y su enemigo. El viento golpeo el payaso derribándolo en los cubos de basura.

¿Qué había sido eso? No podía creerlo. Igual como no creyó la espantosa obra del Circo de la Locura, en aquel momento no podía creer lo que estaba viendo. Era el espantapájaros que ella había colocado aquella misma mañana con la ropa de Edwyle encima de la muralla. Parecía bailar en son del viento, o tal vez el viento era quien bailaba con él. No podía saberlo. No podía creerlo. No podía dejar de llorar. Era Edwyle. Estaba ahí. Había vuelto en la noche de Samhain. Había regresado para salvarla. Había vuelto para ella.

El espantapájaros, movido por el aire se colocó frente a ella. La manga de la camisa que un tiempo fue blanca acarició la herida que se había hecho en el brazo. El tacto le hacía daño, le quemaba, pero Valerie no se atrevió a decir nada. Era Edwyle, estaba con ella. Una suave brisa rodeó el brazo de la joven y la herida comenzó a cerrarse. Edwyle la había curado. De nuevo no había respuesta. No tenía fuerzas para poder hacer más que mantenerse en pie y llorar. Cuando terminó de curarla, la misma manga de la camisa acarició la cara de Valerie, no quería que ella siguiera llorando. La otra manga, rodeó la cintura de la chica. La estaba abrazando. Edwyle la volvía a abrazar y ella, después de todo lo que había luchado, estaba tan cansada que no podía devolverle el abrazo.

El viento, aquel que no había sentido en mucho tiempo, volvió a soplar separando a los dos amantes.

-¡No te vayas!- Gritó Valerie con las pocas fuerzas que todavía conservaba.- Por favor… no te vayas Edwyle.-

Era demasiado tarde, quedaban pocas horas para que terminase la noche de Samhain y todavía tenía trabajo que hacer. Las ropas de Edwyle volaron en sintonía con la brisa fresca junto a los otros espantapájaros que los habitantes de Windest colocaron en la muralla de la ciudad. Todos ellos, los difuntos que regresaron de entre los muertos, se reunieron para acabar con el Circo de la Locura y abrazar a sus seres más queridos una vez más.


2 comentarios:

  1. Ostras... Me has dejado de piedra. La verdad es que esperaba que fuera un relato de fantasía, y me he llevado una grata sorpresa cuando ha aparecido el circo. Dios... qué circo... espero no ver ninguno como ese por aquí jeje

    Gran trabajo :D Así que, me voy, pero me quedo por aquí, pendiente de leer más cosillas en el futuro. ¡Ah! ¿Azäir es el mundo que has creado? Porque he visto que en el relato sale su nombre.

    Bueno, pues ¡hasta la próxima! ¡Feliz semana!

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    1. Y tanto que va a ser una feliz semana. ¡Con comentarios como el tuyo no puede ser para menos!

      Azäir es mi mundo sí. Más bien, un intento de mundo de fantasía al que todavía le quedan muchas cosas por trabajar. Poco a poco :D

      ¡Un gran abrazo Carmen y muchas gracias por todo!

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