Parecía haber nacido para ser exploradora. Su pasatiempo
favorito consistía en irse a pasear por el bosque. Por mucho que le dijeran sus
padres que no fuera sola, ella quería vivir su propia aventura. Se imaginaba
que un simple palo era una espada con la que luchar contra feroces dragones que
en realidad no eran más que unas pobres ardillas. –Atrás lagartejo.- Chillaba
pérdida en su mundo infantil. Por mucho que le dijeran que no debía ir al
bosque, Darine, continuaba yendo. Sus padres no lo entendían, solo ella podía
combatir contra los dragones y así salvar su pueblo. Era su deber, su propia
aventura.
Al final de cada batalla, la niña siempre acababa exhausta. Lógico,
todo el día persiguiendo inocentes ardillas era normal que terminara tan
cansada. El día en el que los secretos de la música fueron revelados, Darine
estaba acostada bajo la sombra de un enorme árbol cuando escuchó unos sonidos
para ella desconocidos, y eso que se había recorrido todo el bosque cientos de
veces. Eran unas notas mágicas unidas al son de una dulce melodía. La niña, ardiendo
en deseo por conocer que era aquello que pasaba, fue tras música persiguiéndola
como si aquello fuera una carrera. El sonido contra sus infantiles pies. No
había manera de encontrar de dónde venía. Parecía estar en todas partes y a la
vez en ninguna. Se escuchaba en cada árbol y en cada piedra como si el mismo
bosque estuviera participando en la misma canción.
Llegó un momento en que la niña se hartó de perseguir el
sonido. –No te escondas.- Amenazó con su palo alzado como si fuera una espada.
Estaba demasiado cansada. Primero las ardillas y ahora la música. Todos la
hacían correr de un lado a otro. Iba a irse a casa cuando, en un claro del
bosque, lo vio. Era como si el espíritu de la música hubiera poseído al fauno.
No podía creer lo que estaba viendo, pues ya no solo lo oía, también podía ver
las notas danzar sobre su cabeza. Darine no era la única niña que había sido
atraída por la música. Decenas de niños de todas las razas que conocía, y
alguna de otra que no conocía, se reunían en torno al fauno haciendo un círculo
alrededor de una enorme roca en la que él daba su concierto. Niños elfos,
orcos, silfos y algún que otro humano. Entre ellos estaba el niño de los
vecinos con el que Darine jugaba de vez en cuando. Nuestra pequeña niña también
se quiso unir al público. Dejó caer su arma al suelo y se sentó al lado de su
amigo a ver cómo el fauno tocaba su flauta de pan.
Llegó la hora de volver a casa. Estaba empezando a
anochecer, y seguro sus padres estaban preocupados.. Sin embargo, Darine sentía
que no podía levantarse hasta que terminara la canción. ¿Cuántas horas habían
pasado desde que se sentó? Cuando salió de casa hacia el bosque solo hacia
cinco minutos que había terminado de comer, y ya se había hecho de noche. Nunca
había estado en el bosque a esas horas. Estaba muy asustada, no por los lobos
que siempre aparecían en los cuentos. Ella había luchado contra dragones, un
lobo no sería problema. Por lo que sentía miedo de verdad era por no poder
moverse. En ese momento lo recordaba, desde el primer instante en que se sentó
no se había movido ni una pizca. Fue a ver a los demás niños, todos estaban en la misma posición en que los
vio la primera vez. De repente uno de los niños gritó y los demás niños
chillaron con él. Ese fue el estallido de una oleada de gritos pidiendo ayuda.
-¡Papá, mamá, ayuda!- No servía de nada. La música cada vez
era más violenta, el fauno parecía sonreír de oreja a oreja sin dejar de soplar
su flauta. Nadie podía escapar. Los niños comenzaban a sangrar por la nariz,
pero ninguno se limpiaba, todos continuaban inmóviles como estatuas. Darine,
como una niña más, empezaba a sangrar, lo notaba, quería limpiarse, sonarse la
nariz con el pañuelo de seda que su madre había bordado para ella con su
nombre.
–¡Cállate!- Gritó Darine. Al contrario que los otros niños
no pidió ayuda a nadie. Solo ella podía deshacer el embrujo de la melodía. El
fauno dirigió un segundo la vista hacia la niña y, por apenas una milésima de
segundo que únicamente ella notó, dejó de tocar. Ese corto periodo lo utilizó para coger el palo que había dejado atrás y
lanzárselo al fauno.
La música terminó. Todo había terminado. Volvía ser de día,
el sol se alzaba en lo alto y los recuerdos de los otros niños y del fauno se
hacían muy borrosos. ¿Pero dónde estaba ella? Estaba en el árbol en el que se
había dormido. No podía ser un sueño, ella sabía muy bien qué había pasado,
aunque no recordaba las caras de los otros niños ni tampoco cómo iban vestidos,
ella recordaba muy bien la música, continuaba sonando dentro de su cabeza como
una perpetua maldición.
Al llegar a casa, sus padres estaban reunidos con sus
vecinos. Se imaginó, como otras veces había pasado, que habían hecho peña para
buscarla. Pero no era su nombre el que estaba en boca de todos, era el de su
amigo, el que había visto con el fauno. Al parecer llevaba cinco días
desaparecido. Darine explicó qué era lo que había visto en el bosque, incluso
les intentó tatarear la melodía del fauno, pero nadie la escuchaba: no porque
no quisieran, sino porque la niña no podía hablar. Se había quedado sin voz. El
fauno se la había robado.
Muy buena historia, genial desarrollo y gran narración, sin palabras.
ResponderEliminarVigila repetir las mismas palabras tan cerca una de otra, de todas maneras ha sido muy entrenido y no me esperaba para nada el final. Sigue así.
ResponderEliminarUn saludito de un poeta de la uv.
Muy buena historia, Joel. Una fantasía clásica como nos gusta a miles de roleros. Yo también tengo un blog que tiene poco tiempo de vida, así que te animo a que sigas con lo que te gusta y si quieres puedes pasarte por allí, que serás bienvenido. Un saludo desde El Grifo de Sable + 1
ResponderEliminarBastante astuto el Fauno. No iba a permitir que una chiquilla lo delatara. Sin embargo, la niña aprendió que debe ser más cuidadosa, tuvo suerte que el Fauno no le hiciera otra cosa que quitarle la voz.
ResponderEliminar¡Saludos!